huesuda y prominente, su frente alta y estrecha, aquellos ojos grandes y
aterciopelados, un poco húmedos: uno de los caballeros en el entierro del Conde de
Orgaz. Por qué las diferencias, entonces? Uña vez más comprendía qué poco
significaban los huesos y la carne de un rostro. Eran sutilezas las que producían las
diferencias, a veces abismales. Pero es que las cosas se diferencian en lo que se
parecen, había descubierto ya Aristóteles, la parte proustiana de aquel genio
multánime. Y eran efectivamente lo que esos ojos y esa boca y esa nariz huesuda,
prominente, tenían de común lo que revelaban la fosa abierta entre padre e hijo.
Una fosa quizá natural, pero luego agrandada por los años. Trazos casi invisibles en
los extremos de los ojos, en los párpados, en las comisuras de los labios, en la
forma de inclinar la cabeza y de recoger las manos (en Marcelo, con timidez, como
pidiendo excusas por tenerlas, por no saber dónde esconderlas) lo que separaban
triste y definitivamente a dos seres sin embargo tan próximos y hasta (casi podría
afirmarlo) tan necesitados entre sí.
BUENO, EL ESTRUCTURALISMO!
comentaba la chica de suéter amarillo: —El Cr