—Sí, ya lo sé... Pero me interesa más lo otro que dijo. Es algo difícil de explicar.
Todos somos contradictorios, pero quizá los novelistas más que los demás. Tal vez
por eso son novelistas. Yo me he angustiado mucho con esa dualidad y recién en
estos últimos años me parece que empiezo a entender algo.
La que hablaba por teléfono preguntaba por la salud de una chica (o señora)
denominada Meneca, y también por el estado general del tiempo en Ciudadela.
Luego, recordó, refirió, analizó y finalmente enjuició el incidente con un vecino a
raíz de un gato.
La cola se agitaba.
—Después, cuando uno llega —explicó S.—, o no funciona más, o da siempre
equivocado o traga las monedas. Leyó usted uno de los últimos relatos de Tolstoi?
Un rico propietario que se aprovecha de un pobre diablo para hacer un gran
negocio? Es un relato autobiográfico, está comprobado. Sabe lo que escribía en ese
mismo momento?
No, no lo sabía.
—Ese libro sobre el arte. Qué es el arte. Un libro moralizador.
La mujer del teléfono cambió de posición y todos imaginaron que ese cambio
anunciaba el fin del diálogo. Era para apoyarse sobre el otro pie. Las protestas se
hicieron mordaces. Pero ella era impermeable a las presiones morales. Ahora
parecía haber entrado en la parte importante de la conversación, algo vinculado a
un tumor.
—Le digo lo de Tolstoi porque es un caso ilustre y claro. Una especie de trabajo
práctico.
—Trabajo práctico?
Riéndose, S. le explicó "es una manera de decir, no me haga caso".
Mientras tanto, la mujer par