—En lo Reye Mago?
No le gusta que le hagan esa pregunta y como siempre que se pone preocupado
comienza a arreglar los chocolatines y caramelos.
—Vamos, Carlucho, decime.
—En lo Reye Mago, dijiste?
—Sí, decime.
Sin mirarlo, murmura:
—Y qué sé yo, Nacho. Yo soy un bruto, un inorante, no hice ni el primé grado. Yo
nunca serví más que pa lo trabajo pesado. Pión de patio, estibador, la junta el mai,
esa cosa.
—Decime, Carlucho.
Medio se enfureció.
—Qué bicho te picó! Qué tengo yo que sabé esa cosa!
De reojo, vio que el chico bajaba la cabeza y quedaba dolorido.
—Mirá, Nacho, disculpame, yo soy tu amigo, pero sabé que tengo un carate de mil
diablo.
Acomodó la fila de los chocolatines de nuevo y finalmente dijo:
—Mirá, Nacho. Ya tené siete año cumplido y hay que decirte de una buena ve la
verdá. No hay Reye Mago. Todo cuento, todo engaño. La vida é muy triste, pa qué
no vamo a engañá. Te lo dice Carlo Américo Salerno.
—Y los juguetes, entonces?
La voz de Nacho era desesperada.
—Lo juguete?
—Sí, Carlucho. Los juguetes.
—Todo cuento, ya te dije. No viste que sólo aparecen en lo botine é lo rico? Cuando
yo era un purrete de este tamaño nunca vinieron lo Reye donde estábamo nosotro.
Iban sólo a la casa é lo ricachone. Te da cuenta, ahora? E claro como lagua: lo
Reye Mago son lo padre.
Nacho bajó la cabeza y empezó a hacer dibujos con un dedo en la parte de la
vereda sin baldosas. Después agarró una piedrita y la arrojó contra un árbol, como
distraído. Carlucho, mientras se ceba otro mate, lo observa con cuidado.
—Bueno, vaya a sabé cómo son la cosa —agregó al fin—. E un parecé. El finado
Zaneta, que en pá descanse, decía que el mundo é un misterio. Y capá que tenía
razón.
Vino un cliente y compró cigarrillos. Al cabo de un largo tiempo, Carlucho comentó
sibilinamente:
—La gran puta! Si habría lanarquismo...
Nacho lo consideró con extrañeza.
—Lanarquismo?
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