se equivocaban. Se equivocan estos vivos, estos individuos que se pasan de
inteligentes.
Se calló y comenzó a mirar el suelo, pensativo. Beba lo observó con lágrimas en los
ojos. Cuando S. levantó su mirada le preguntó qué le pasaba.
—Nada, sonso, nada. Lo que pasa es que a pesar de todo soy muy femenina. Voy a
bañarla a Pipina.
NACHO SIGUIÓ A SU HERMANA DESDE LEJOS
y así llegaron hasta la calle Cabildo y Echeverría. Allí Agustina cruzó Cabildo, siguió
por Echeverría y al llegar a la plaza comenzó a caminar lentamente, con sus
grandes pasos característicos, pero ahora como si el terreno estuviera minado. Pero
lo que más lo entristecía es que cada cierto tiempo se detenía y miraba a su
alrededor, como si se le hubiese perdido alguien. Luego se sentó frente a la Iglesia:
podía verla a la luz del farol, concentrada, mirando ya al suelo ya a sus costados.
Fue entonces cuando lo vio acercarse a S. Ella se levantó rápidamente y él la tomó
del brazo con decisión, y se fueron hacia el lado de la calle Arcos, por Echeverría.
Apoyado contra un árbol, en la oscuridad, Nacho quedó largo tiempo con los ojos
cerrados. Cuando recobró las fuerzas, sin mirar hacia atrás, se fue hacia su casa.
SOBRE POBRES Y CIRCOS
Sombríamente recostado en su cama Nacho observa las jirafas que apacible y
libremente pastan en las praderas de Kenya. No quiere seguir pensando en aquello.
No quiere tener diecisiete años. Tiene siete y mira el cielo de Parque Patricios.
—Mirá, Carlucho —dice—, esa nube es un camello.
Sin dejar de sorber el mate, Carlucho levanta la vista y asiente con un gruñido.
Es la tardecita, hay una gran paz en el parque. A Nacho le encanta esa hora al lado
de su amigo: se pueden hacer tantas conversaciones importantes. Después de un
largo rato en silencio, pregunta:
—Carlucho, quiero que me digas la verdad. Creés en los Reyes Magos?
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