explicaría el carácter profético que alcanza en algunos momentos, aunque sea en la
forma enigmática, simbólica o ambigua de los sueños. En parte, por la índole
oscura de ese continente, que quizá entrevea nuestra alma como a través de un
vidrio sucio, por la imperfecta desencarnación. En parte, porque quizá nuestra
conciencia racional no es apta para describir un universo que no se rige por la
lógica cotidiana, ni por el principio de causalidad. También porque el hombre no
parece ser capaz de soportar las visiones infernales. Es cosa de instinto de
conservación, simplemente.
—De quién?
—Del cuerpo. Ya te dije que en el sueño o en la inspiración no estamos
completamente desencarnados. Y el instinto de conservación del cuerpo nos
preserva con máscaras, como esos trajes de amianto de los tipos que tienen que
entrar en un incendio. Nos preserva con máscaras y símbolos.
La Beba lo miraba. Lo miraba con ironía o con ternura? Quizá con la mezcla de
ironía y ternura con que las madres miran a sus hijos fantasiosos jugar con tesoros
o perros invisibles.
—Qué estás pensando? —preguntó S. con desconfianza.
—Nada, sonso. Pensaba, no más —dijo ella con la misma expresión.
—Bueno, sigo. Los teólogos han razonado sobre el Infierno, y a veces han probado
su existencia como se demuestra un teorema. Pero sólo los grandes poetas nos han
revelado la verdad, dijeron lo que han visto. Entendés? Lo que han visto de verdad.
Pensá:
Blake,
Milton,
Dante,
Rimbaud,
Lautréamont,
Sade,
Strindberg,
Dostoievsky, Hölderlin, Kafka. Quién es el arrogante que puede poner en duda el
testimonio de esos mártires?
La miró casi con severidad, como pidiéndole cuentas.
—Son
los
que
sueñan
por
los
demás.
Están
condenados,
entendé
bien,
CONDENADOS! —casi gritó— a revelar los infiernos.
Se calló y durante un rato se produjo un silencio. Después, como si hablara consigo
mismo, agregó:
—No sé dónde leí que Dante no hizo otra cosa que traducir ideas y sentimientos de
su época, los prejuicios teológicos en boga, las supersticiones que estaban en el
aire. Sería así, simplemente, la descripción de la conciencia y de la inconciencia de
una cultura. Quizá haya algo de verdad. Pero no en el sentido que pretenden esos
sociólogos del horror. Yo creo que Dante vio. Como todo gran poeta vio lo que las
pobres gentes presienten de manera menos precisa. Los tipos que lo veían pasar
por las calles de Rávena, silencioso y flaco, comentaban en voz baja, con sagrado
recelo: ahí va el que estuvo en el Infierno. Sabías eso? Palabras textuales. No
hacían una metáfora: esa gente creía que Dante había estado en el Infierno. Y no
114