clama por su hijo quemado. Claro, era lo bastante honesto para saber (para temer)
que lo que él pudiese escribir no sería capaz de alcanzar semejante valor. Pero ese
milagro era posible, y otros podían lograr lo que él no se sentía capaz de conseguir.
O sí, quién nunca podía saberlo. Escribir sobre ciertos adolescentes, los seres que
más sufren en este mundo implacable, los más merecedores de algo que a la vez
describiera su drama y el sentido de sus sufrimientos, si es que alguno tenían.
Nacho, Agustina, Marcelo. Pero, qué sabía de ellos? Apenas si vislumbraba en
medio de las sombras algunos significativos episodios de su propia vida, sus propios
recuerdos de niño y adolescente, la melancólica ruta de sus afectos.
Pues, qué sabía realmente no ya de Marcelo Carranza o de Nacho Izaguirre sino del
propio Sabato, uno de los seres que más cerca había estado siempre de su vida?
Infinitamente mucho pero infinitamente poco. En ocasiones, lo sentía como si
formara parte de su propio espíritu, podía imaginar casi en detalle lo que habría
sentido frente a ciertos acontecimientos. Pero de repente le resultaba opaco, y
gracias si a través de algún fugaz brillo de sus ojos le era dado sospechar lo que
estaba sucediendo en el fondo de su alma; pero quedando en calidad de
suposiciones, de esas arriesgadas suposiciones que con tanta suficiencia arrojamos
sobre el secreto universo de los otros. Qué conocía, por ejemplo, de su real relación
con aquel violento Nacho Izaguirre y sobre todo con su enigmática hermana? En
cuanto a sus relaciones con Marcelo, sí, claro, sabía cómo apareció en su vida, por
esa serie de episodios que parecen casuales pero que, como siempre repetía el
propio Sabato, sólo lo eran en apariencia. Hasta el punto de poderse imaginar,
finalmente, que la muerte de ese chico en la tortura, el feroz y rencoroso vómito
(por decirlo de alguna manera) de Nacho sobre su hermana, y esa caída de Sabato
estaban no sólo vinculados sino vinculados por algo tan poderoso como para
constituir por sí mismo el secreto motivo de una de esas tragedias que resumen o
son la metáfora de lo que puede suceder con la humanidad toda en un tiempo como
este.
Una novela sobre esa búsqueda del absoluto, esa locura de adolescentes pero
también de hombres que no quieren o no pueden dejar de serlo: seres que en
medio del barro y el estiércol lanzan gritos de desesperación o mueren arrojando
bombas en algún rincón del universo. Una historia sobre chicos como Marcelo y
Nacho y sobre un artista que en recónditos reductos de su espíritu siente agitarse
esas criaturas (en parte vislumbradas fuera de sí mismo, en parte agitadas en lo
más profundo de su corazón) que demandan eternidad y absoluto. Para que el
martirio de algunos no se pierda en el tumulto y en el caos sino que pueda alcanzar
el corazón de otros hombres, para removerlos y salvarlos. Alguien tal vez como el
propio Sabato frente a esa clase de implacables adolescentes, dominado no sólo por
su propia ansiedad de absoluto sino también por los demonios que desde sus antros
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