Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
—La Tierra fue invadida de urgencia, por eso la invasión no fue todo lo
contundente que debía ser ... Por eso están ustedes aquí, todavía vivos...— los
ojos del mano nos escrutaron; ojos duros, agudos, muy diferentes a los de
aquel mano que conociéramos en Buenos Aires.
—Pero siempre sacamos algo útil de los tropiezos —continuó el mano—. La
lucha en la Tierra sirvió para demostrarnos que hay hombres que pueden
sernos muy útiles en la lucha contra el Enemigo. Sobre todo para luchar
contra él en planetas de condiciones naturales similares a las terrestres...
—En otras palabras, está pensando en usarnos como mercenarios, ¿eh? —el
hombre de rostro afilado se rió con risa seca.
—No exactamente. Los mercenarios pelean por dinero. Ustedes pelearán para
no morir. Aquellos de entre ustedes que se nieguen a luchar contra el Enemigo
serán muertos en el acto.
—No se lucha por miedo... ¿Qué clase de soldados seremos entonces?
—De acuerdo, no se lucha por miedo. Pero sí se lucha por sobrevivir.
Justamente por eso están ustedes aquí. No los hemos convertido en meros
hombres robots porque ustedes han demostrado iniciativa, capacidad de
resistencia, un fabuloso deseo de vivir... Cada uno de ustedes fue capturado
después de mucha lucha, y algunos — aquí el mano nos miró a Favalli y a mí
— han sido capaces de sobrevivir en circunstancias increíbles. Por eso están
ustedes aquí: porque demostraron ser los mejores entre los terrestres.
—No deja de ser un consuelo... —otra vez la risa seca—. ¡Hemos llegado a las
finales!... Pero —agregó, levantando la voz—: ¿cómo haremos para pelear si
no sabemos por qué lo hacemos ni contra quién?
—El porqué no les interesa. Básteles saber que hay que luchar. Los Ellos están
trabados en lucha mortal contra el Enemigo, que comenzó ya la invasión de la
Galaxia. Nosotros los manos, como ustedes los hombres, nos debemos a los
Ellos. Por eso peleamos.
—No aclara mucho las cosas, ¿verdad? —hubo sarcasmo y a la vez una rabia
loca en la voz del hombre de la cara afilada, le temblaban los labios al hablar
—. Los hombres, después que nos han arrasado la Tierra, nos debemos a los
Ellos...¿Quiénes te crees que somos? ¿Superesclavos? Yo no pienso mover un
dedo a favor de los Ellos.
—,No?
—¡No!
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