Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
Ninguna venda me ceñía el cuerpo, tenía los miembros libres, respiraba con
facilidad. Sentía la cabeza como si hubiera bebido alcohol; no mucho, pero lo
suficiente...
Favalli, siempre a mi lado. Los dos en una especie de banco duro, con
respaldo. Había otros hombres a nuestro alrededor, algunos ya de pie. Rostros
desconcertados, ninguno con demasiado temor: habíamos visto tanto que ya
nada nos sorprendía, ya el miedo era costumbre. Nubes bajas, de contornos
duros. Paisaje árido, con rocas lisas, cortadas a grandes planos. Parecían
inmensos cristales. ¿Serían artificiales?
Antenas extrañas, muy altas, limitaban el lugar donde estábamos.
"Supe" que estábamos encerrados, que aunque quisiéramos no podríamos
escapar. Ondas invisibles liarían las veces de muralla.
De entre dos rocas se alzó como una escotilla de metal, y subió una
plataforma, también metálica, negra. En la plataforma estaba ya instalado un
mano, sentado ante un complicado tablero. Me pareció estar otra vez en la
glorieta de las Barrancas de Belgrano, esperando que me colocaran en