Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
—¡Cállese! —Favalli trató de convencerlo, pero un violento empellón lo hizo a
un lado.
Timer alzó su metralleta, apuntó a los hombres robots.
Pero yo no vacilé: Timer me había olvidado, me estaba ofreciendo la nuca.
Le di con todo. Un puñetazo rabioso que me hizo doler la muñeca. Se
desplomó sin un quejido.
Favalli y yo nos incrustamos contra el cemento. Uno, dos minutos de espera
ansiosa. Favalli se asomó de a poco...
—No nos descubrieron... —resopló aliviado.
También yo me asomé. En pequeños grupos, seguían desfilando los hombres
robots bajo nosotros. Armados con metralletas, con fusiles; algunos traían
armas cortas, de cañón grueso, que nunca había visto antes:—¿Y eso, Fava?
¿Qué armas son?
—Lanzagranadas, Juan. Modelo norteamericano con proyectiles de 40 mm.
Hablábamos con tono impersonal, como si comentáramos una película en la
que nosotros mismos no tuviéramos nada que ver. Era tanta ya la costumbre
que teníamos del peligro, de la muerte tan próxima.
—¿Qué hacemos, Fava? Si nos movemos, nos pescan.
—No tenemos necesidad de movernos. Esperaremos a que oscurezca. Quizá
entonces los Ellos levanten la barrera de ondas y podamos escapar. Todo
depende de que los hombres robots no nos descubran. Y de que...
—¡Cuidado!
Demasiado tarde.
Ya Timer había reaccionado, ya estaba de pie, en el borde del piso de cemento,
ya apuntaba hacia los hombres robots.
Restalló la metralleta.
Dos hombres robots se encogieron, cayeron. Otros saltaron a un lado, se
parapetaron tras los escombros, apuntaron hacia el capitán. Ahora habló la
metralleta de Favalli: eran ya inútiles las precauciones, había que "cubrir" al
capitán y yo también disparé.
Pero Timer estaba demasiado expuesto y tres balazos lo alcanzaron en
rapidísima sucesión. Soltó la metralleta, dio un paso atrás... Se repuso,
avanzó... Perdió pie...
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