Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
nosotros.
Otros estallidos, otros estampidos. Pero ahora afuera de la sombrilla.
—También los Ellos disponen de defensas electromagnéticas... —murmuró
Favalli, tragando saliva, desalentado—. Todo lo que está dentro del cono de
luz roja ha quedado invulnerable a los ataques desde afuera.
—¿De qué te sorprendes, Fava? ¿Acaso no sabes de sobra de lo que son
capaces los Ellos? ¿Cómo pudiste imaginar que con simples cohetes antiaéreos
los íbamos a vencer?
No sé de dónde saqué tanta calma para reprocharle así: quizá el cansancio; tal
vez el hábito de que siempre salíamos derrotados, de vivir de prestado,
siempre en el filo mismo de la muerte y de la destrucción definitiva me
anestesiaba la sensibilidad permitiendo que mi cerebro funcionara con calma.
—¡Vienen!
El capitán Timer señalaba ahora hacia abajo.
También yo los vi, demasiado cerca ya, corriendo, saltando por entre los
escombros: una partida de diez hombres robots, armados de fusiles
automáticos, de bazookas, cargados con varias cajas blindadas. Ninguno de
ellos miraba hacia arriba; todos tenían demasiado concentrada la atención en
los escombros que pisaban, para evitar las caídas.
—Pero... ¿quiénes son? —preguntó Timer.
Habí [[