Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
—¡Miren la burbuja! —gritó Favalli señalando la extraña nave. La burbuja
había sufrido un inesperado cambio: de la parte superior le crecía, con
increíble rapidez, un largísimo tallo metálico, muy derecho, que subía y subía,
rematado por una esfera erizada en puntas. Era fascinante ver crecer aquella
increíble antena; en pocos segundos llegó a más de quinientos metros de
altura.
Mientras, otras escotillas se abrían en los flancos de la burbuja: como abejas
de una colmena, comenzaron a salir pequeños vehículos aéreos, de contornos
irregulares, que se parecían extrañamente a tantas ilustraciones de platos
voladores que viera en los diarios y revistas de hacía cinco o seis años. Eran
vehículos velocísimos que rápidamente ganaban altura, lanzándose hacia el
dosel de humo espeso que todavía colgaba en jirones desde lo alto.
—No será tan fácil escapar... —El capitán Timer habló con voz estrangulada;
le costaba mantener el control—. De alguna manera nos verán; seguro que nos
atacarán...
—La cuestión es no dejarse ver.
Favalli, instintivamente, se apretó contra la columna de cemento, y Timer y yo
nos parapetamos contra el piso, como si ya algún Ellos pudiera estar
observándonos. Hubo un destello vivísimo en lo alto y un estampido
ensordecedor que hizo retumbar la estructura de cemento.
—¡Estalló uno délos platos!—dijo Favalli señalando hacia un lado.
Miré y vi una bola de fuego suspendida allá arriba; ya caían fragmentos
brillantes, como de vidrio.
Un poco más allá centelleó una súbita línea de fuego, como la ráfaga de una
bala trazadora que hizo impacto en otro de los platos.
Un nuevo destello vivísimo, otra explosión ensordecedora.
—¡Estupendo! —Favalli, olvidando por un momento toda precaución, se
asomó afuera tratando de descubrir desde dónde venían los proyectiles—.
Desde alguna parte los están contraatacando.
No había terminado Favalli de hablar cuando una luz roja nos buscó de
pronto. La esfera erizada de puntas en lo alto de la larguísima antena se acaba
de encender. De cada punta partía un haz de luz rojiza; era como si de pronto
se hubiera abierto una enorme sombrilla de luz que protegiera a la burbuja y a
una vasta zona circular, dentro de la cual veníamos a quedar también
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