Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
vehículo humano. No tengo idea de cómo se desplazaba, sólo sé que la parte
inferior aparecía envuelta en una nube de vapor blanquecino. Y no pude
seguir mirándola porque ya Favalli me tomaba del brazo y me empujaba hacia
un lado:
—¡Vamos!... ¡ Escondámonos allí! —dijo señalando lo que quedaba del
esqueleto de una casa.
Corrimos detrás de Favalli y pronto estuvimos en el esqueleto; trepamos por
una escalera de incendio, asombrosamente intacta, hasta el segundo piso.
Desde allí volvimos a mirar a la burbuja. Ya había terminado de descender:
patas cortas, macizas, seis en total, la sostenían sobre los escombros a un par
de metros de altura. Había mucho vapor en la parte inferior, pero vimos un
par de grandes escotillas que se abrían para extender lo que parecieron anchas
escaleras. Por ella vimos descender lo que a la distancia nos pareció un
diminuto río oscuro...
—Hombres robots —murmuró Favalli.
Sí, eran centenares, miles de hombres robots que salían de la burbuja y se
esparcían por el sendero de escombros, en pequeños grupos de diez o quince;
todos bien armados cargados además con extraños bultos: llevaban, sin duda,
desarmadas, distintas partes de las instalaciones de los Ellos.
—¡Es una invasión! —exclamó el capitán Timer mirando con ojos
desorbitados.
Estaba sucio de polvo, sudoroso y anhelante por la ca