Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
El cansancio de la carrera se hizo pronto angustioso: era irracional moverse
así; para estar a salvo de un nuevo proyectil deberíamos desplazarnos quizás a
decenas de kilómetros desde donde estábamos. A la velocidad que corríamos,
apenas si extremando el esfuerzo resistiríamos un par de miles de metros... De
pronto, el vocerío que habíamos oído antes se hizo más cercano hasta que a
una cuadra los vimos: era una multitud enloquecida escapando por un
boquete abierto entre los escombros. El resto de un letrero metálico nos indicó
de donde salían: era gente a la que la explosión había sorprendido viajando en
subterráneo. Más tiros; ahora, próximos. Alguna explosión ahogada. Por entre
los restos mutilados de alguna construcción todavía en pie vimos alzarse un
humo negro, con llamas rojizas en la base: empezaban los incendios...
Seguimos corriendo; se podía avanzar en cualquier dirección; habían
desaparecido las calles, tropezábamos en un mar de escombros que cedían
bajo nuestros pies; varias veces caímos, nos lastimamos, la fatiga nos ahogó...
Pero igual seguimos escapando.
Se levantaban ráfagas de un viento arrasador y a pantallazos podíamos ver
hasta varias cuadras de distancia.
—La nube atómica empieza a desintegrarse —dijo Favalli.
Me irritó su esfuerzo por explicarlo todo. ¿No era preferible abandonarse al
pánico, no pensar más en nada?
"Habría sido mejor que nos capturaran, que nos convirtieran en hombres
robots", pensé. El esfuerzo de la carrera me rendía, me dolía todo el cuerpo, el
pecho me estallaba. "Todo habría terminado ya para nosotros; estaríamos
tranquilos. Y..."
Un destello verdoso me interrumpió; choqué con Favalli, que también se paró
bruscamente. Miramos aturdidos en derredor: por todas partes reinaba una
claridad verde, muy intensa.
—¡Miren! —el capitán Timer señalaba hacia arriba y a un lado.
Allá, por entre el humo y las oscuras volutas de la nube atómica,
resplandeciendo como una fabulosa joya, descendía una especie de enorme
burbuja deforme y fosforescente. De contorno cambiante, como si estuviera
hecha de material plástico, tenía en la parte media una serie de oscuros
círculos metálicos que brillaban grises, amenazantes: pensé en la línea de
cañones de algún viejo buque de guerra. Comparándola con los restos de
edificios cercanos, la burbuja era enorme, fuera de la dimensión de cualquier
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