Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
producirse el ataque atómico, los sobrevivientes debían reagruparse en torno
al Comando Central, pues se descontaba que éste, por su
posición en las entrañas de la tierra, resistiría cualquier ataque...
—El Comando Central... —el capitán Timer, tropezando, cayendo, avanzó por
entre los escombros hacia el fondo de la calle.
Favalli y yo lo seguimos, no era mucho lo que podíamos hacer. Más escombros.
Hubo que trepar un gran pozo de manipostería; bajé, pisé entre otros
escombros, algo blanco, todavía tibio. Aparté la mano con horror. Toqué en
seguida algo duro, metálico, debía ser una bicicleta... Seguí a Favalli, que
gruñía algo a pocos pasos delante de mí. De pronto, él y Timer se habían
detenido. Los alcancé. La linterna apuntaba ahora hacia abajo. A pesar de toda
mi experiencia, debí contener el aliento.
Estábamos en el borde de un cráter. Un cráter inmenso, de no sé cuántas
cuadras de extensión. De una profundidad imposible de precisar, porque el
haz de luz no llegaba... Aquí y allá, en pantallazos, vi blanquear trozos de
cemento, vi brillar chapas de acero, adiviné que habían sido las paredes
reforzadas del Comando Central. De algún lugar indeterminado llegaba el
rumor sordo de una cascada de agua que estaba llenando el cráter; pronto
quedaría convertido en un gran lago.
—El Comando Central... —el capitán Timer miró a Favalli, luego a mí, como
buscando ayuda. Todo lo que lo había sostenido hasta entonces desaparecía:
las bases de la disciplina, incluso las bases del coraje...
Y no estaba adiestrado para aquello. Favalli lo palmeó, lo hizo volverse:
—Ahora tenemos que... —Favalli dejó la frase en el aire, tuvo que
interrumpirse: desde lejos nos llegaba un extraño repiqueteo... Supe en
seguida lo que era.
—Tiros... En alguna parte se está combatiendo...
—Sí... —asintió Favalli—. Mejor nos...
Tampoco ahora terminó. Un nuevo tiroteo se sentía a lo lejos, ahora en otra
dirección...
De pronto escuchamos un gran vocerío distante, como un gran mar
embravecido.
—Hay pánico por algún lado...
Favalli habló con voz opaca; había mucho de aterrador en la desolación que
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