Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
embestida de lado. ¿Un estallido atómico?
No, no podía haber sido un estallido: no habíamos sentido detonación alguna.
Además, la sacudida se repetía... El ascensor se estremeció ante lo que
parecían embestidas. De alguna parte llegaba como un ronco gruñido y no sé
por qué pensé en una perforadora rompiendo el pavimento.
—Creo saber lo que es... —musitó Favalli, muy despacio, como temiendo decir
lo que pensaba—. Es un proyectil calculado para destruir refugios
subterráneos... Vi dos de ellos allá, cerca del Río Lujan...
Continuaban las sacudidas. El capitán Timer y yo mirábamos a Favalli:
imposible atinar a nada. Con un raro gemido el sargento se había encogido,
era apenas un ovillo en el rincón opuesto del ascensor. Se apretaba con
desesperación los oídos.
—Son como trompos gigantescos —siguió explicando Favalli—. Giran a gran
velocidad, se entierran hasta la profundidad deseada... Luego estallan...
—Quiere decir, entonces...
No puedo decir si oí algo o nada. Sólo sé que, al momento siguiente, la caja
toda del ascensor era empujada con violencia increíble hacia arriba, con
nosotros adentro...
Algo me golpeó en la cabeza y me arrojó de lado con tremenda fuerza. Quedé
aturdido durante no sé cuánto tiempo.
Reaccioné. El capitán Timer y Favalli hablaban con voz calma como si no
hubiera pasado nada:
—Permítame, Favalli: la puerta tiene un sistema de emergencia para abrirse...
Algo parecido a los eyectores explosivos de los asientos, en los aviones
supersónicos... Estos son los botones...
La caja del ascensor estaba inclinada. Toda una pared había quedado abollada
hacia adentro. Junto a mí, podía tocarlo, estaba el sargento ascensorista. Era
tan absurda la inclinación de la cabeza con respecto a los hombros que no
necesité preguntar para saber que estaba muerto, con el cuello roto.
Dos ruidos violentos, como de pistoletazos, y la puerta se entreabrió: polvo,
algunos cascotes que rodaron hacia adentro, algo de luz.
—Tenemos suerte, podemos salir—oí decir a Favalli que ya se encaramaba,
arrastrándose, a una pila de escombros.
El capitán Timer se volvió hacia mí, solícito:
Biblioteca de Videastudio – www.videa.com.ar