Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
mujer de compras, hombres de rostros aturdidos ya peligrosamente
indiferentes; en un portal, sentados en los escalones, vi a un grupo de chicos
escuchando una pequeña radio a transistores. Estaban con la boca abierta,
muy serios, con los ojos espantados...
"Malo... malo, cuando hasta los chicos se asustan...", pensé.
Con chillar de frenos y llantas nos detuvimos ante un edificio extraño, no muy
alto pero de basamento imponente. Adiviné enseguida que era la sede del
Comando Central, formidablemente protegida por quién sabe cuántas
toneladas de cemento y de acero.
Bajamos y seguimos al capitán Timer marchando entre soldados armados con
metralletas macizas, extrañas, que me parecieron muy complicadas. Delante
de nosotros se abrió una puerta muy reforzada que me hizo recordar la del
tesoro de un banco de la calle San Martín, que visité una vez...Corredores,
silencio, limpieza quirúrgica, y cada tantos soldados armados con cascos de
plástico.
Otra puerta formidable se abrió silenciosa para dejarnos pasar.
Una celda pequeña, metálica; una botonera con un sargento lampiño y de
rostro sonriente al lado: estábamos en un ascensor.
—¿Cuántos pisos debemos bajar? —quiso saber Favalli.
—Enseguida llegamos —dijo el sargento oprimiendo un par de botones.
La complicada puerta se cerró.
Antes de que el sargento siguiera apretando botones, una voz metálica se oyó
en alguna parte...
—"¡Atención... Atención...! ¡Alerta general!" Repito: ¡alerta general! Proyectil
de nuevo tipo pasó la barrera tercera... Imposible pararlo.
Favalli y yo nos miramos, enseguida buscamos el rostro del sargento. Con ojos
aterrados, salidos de las órbitas, el hombre miraba al capitán Timer como si
éste pudiera hacer