Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
la sensación de desertar, de no hacer por recuperarlas todo lo debido. Pero
logré convencerme de que para volver a reunirme con ellas debía colaborar
con los que luchaban contra los Ellos.
El capitán Timer, que había estado en la cabina del piloto, volvió de pronto y
se sentó junto a mí en el otro asiento vacío.
Me miró, sonrió para sí y luego me dijo:
—Debo hacerle una confesión: si fuera sólo por lo que hemos conseguido ver
del armamento del enemigo, nuestra misión de patrulla sería un fracaso.
Suerte que los liemos encontrado a ustedes dos, señor Salvo.
—¿A nosotros?
—Sí... Acabo de informar al Comando Central sobre el reciente combate y,
también, sobre cómo los encontramos a ustedes. Cosa extraña, el combate no
les interesó para nada a los "cogotes" del Comando. Lo que pareció hacerles
saltaren el asiento fue la revelación de que teníamos entre nosotros nada
menos que a un sobreviviente del ataque a Buenos Aires, y a un ex hombre
robot. Me ordenaron llevarlos sin perder un solo segundo a la sede del
Comando Central: por eso el piloto que nos conduce tiene orden de batir
todos los récords de vuelo entre el Delta y Nueva York.
Asentí; no era difícil comprender por qué resultábamos de pronto tan valiosos.
Me gustó, además, la franqueza con que Timer me hablara.
Pero en ese momento no pude pensar ni en una ni en otra cosa. También yo,
como Favalli, había estado expuesto al peligro durante demasiado tiempo:
creo que el capitán Timer volvía a hablarme cuando sentí que se me cerraban
los ojos y la cabeza se me caía, vencida por el sueño, hacia adelante...
Desperté al minuto siguiente, o eso al menos me pareció.
Y sin embargo ya estábamos en Nueva York, en el aeropuerto de Idlewild.
Apenas salí del avión, con los miembros entumecidos por la prolongada
quietud y parpadeando porque la luz del sol era intensísima, miré con ansia en
derredor. El ansia se trocó en alivio: era maravilloso ver que el aeródromo
aparecía intacto, que no había en ninguna parte señal de lucha. Tampoco
había, por más que buscara, indic