Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
—¿Qué temes?¿Que nos vuelvan a atacar?
—No sé... En seguida lo sabremos...
No era fácil avanzar por el bañado pero pronto llegamos: semihundido en el
agua estaba el destruido microtanque, un confuso y enredado montón de
hierros y de cables, engranajes como nunca viera antes. Con prisa, como si se
le hubiera perdido algo, Favalli escarbó entre los restos.
Pronto se incorporó meneando la cabeza.
—¿Qué encontró? —el capitán Timer y el teniente Guslave nos habían
seguido.
—Nada —replicó Favalli—. Nada, y eso es lo peor... Significa que el
microtanque era un aparato automático, que no venía ninguna mano, ningún
Ellos, ni siquiera un hombre robot en su interior... Significa que nuestra
victoria es sólo aparente: lanzaron contra nosotros los microtanques no para
atacarnos, ni para destruirnos sino simplemente para tentarnos, para ver de
qué armas disponemos...
Favalli miró ahora al capitán con rostro demudado: estaba francamente
asustado, casi al borde del pánico. Nunca lo había visto así.
—Por última vez, señor ¡vamonos cuanto antes de aquí! Ya saben de sobra
cuántos somos, con qué armas contamos, cómo las empleamos... El próximo
ataque será para borrarnos del mapa o para algo peor...
No lo dijo, pero adiviné que estaba pensando en lo que a él le ocurriera; en
que nos atraparan y nos convirtieran en hombres robots. El capitán Timer
vaciló sólo un momento. Era hombre realista, no se hacía ilusiones. Sabía que
el microtanque había sido invulnerable sólo hasta que al enemigo no le
interesó más. Quién sabe por qué procedimiento telemagnético los
microtanques controlados desde lejos habían sido invulnerables a nuestras
armas; apenas suspendida la protección magnética habían resultado presas
fáciles.