Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
nos atacaba cayó en una zanja demasiado honda y no pudo volver a subir;
prácticamente lo enterramos disparándole con las bazookas alrededor.
—¿Seguro que está fuera de combate? —el capitán Timer lo miró sin poder
creer lo que oía—. ¿No será un contratiempo momentáneo?
—¡No! AJ principio se movió, parecía que lograría salir de la zanja, pero
finalmente quedó quieto...
Era un éxito muy valioso, sin duda, pero ¿qué significaba detener a un
microtanque si eran varios, por lo menos ocho, los que nos atacaban desde
distintos lados? Y allí estaba el que venía hacia nuestro grupo, cada vez más
cerca... Ahora lo podíamos ver muy bien: tenía mucho de insecto monstruoso.
Los impactos y los estallidos no habían hecho mella alguna en la bruñida
superficie. Y
seguía viniendo; a veces se hundía hasta la base de las orugas, por momentos
alentábamos la esperanza de que se frenara del todo, pero volvía a resurgir.
No era muy alto, no tendría más de tres metros, pero parecía más alto, más
imponente, por los estallidos y rebotes que lo sacudían. Y avanzaba siempre:
su sola insistencia era demoledora...
Supe, una vez más entre tantas, lo que era el terror final de ver llegar la
aniquilación última.
No recuerdo cuántas veces cambié el cargador de mi arma. Volví a cargarla,
quemándome los dedos con el acero recalentado. Entreví por entre el humo a
Lena, que estaba algo detrás del capitán Timer: agazapada tras un tronco,
esperaba. Al lado tenía un estuche de primeros auxilios. "