Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
empezaban a disparar también. Los imité. Entonces también yo pude verlo.
Era un objeto negro, metálico, algo así como una pera montada sobre orugas.
Orugas raras, con largos pies metálicos en lugar de dientes... Ninguna
abertura, ninguna saliente en la superficie redonda que brillaba al sol con
siniestra negrura. Y eran varios.
La negrura de pronto se encendió de chispazos: eran los lugares donde los
proyectiles de los nuestros hacían impacto. Bufaron las bazookas y varios
estallidos casi simultáneos ocultaron el aparato o al tanque o lo que fuera que
venía hacia nosotros.
Por entre el humo y los fogonazos de los estallidos esa cosa siguió avanzando
completamente indemne.
—Son microtanques —explicó Favalli, a mi lado, con expresión desalentada.
—¿Microtanques? ¿Hay acaso otros mayores?
—¡Por supuesto! He visto algunos enormes como casas de varios pisos... Pero
con estos bastará... Ya los vos: las bazookas no les hacen nada...
Favalli tenía razón; el microtanque seguía avanzando. Aunque de pronto noté
con cierta esperanza que había reducido su velocidad.
—¡Lo estamos frenando! —gritó entusiasmado el capitán Timer; también él
había advertido lo mismo que yo.
—]\o es por nuestros disparos, señor —aclaró Favalli—; es el terreno fangoso
lo que lo frena... Está entrando al bañado...
Aunque sabiendo que era prácticamente inútil, seguimos haciendo fuego. Por
momentos el microtanque parecía al rojo vivo, pues no había prácticamente
proyectil que se perdiera. El fragor del tiroteo era intensísimo. Los otros lados
del perímetro eran atacados también por microtanques.
Continuamos disparando. Cuando se va perdiendo la esperanza, uno se aferra
a lo único que puede hacer. Aunque sepa que es completamente inútil.
Lentamente el microtanque seguía avanzando. Con algo de inexorable en la
firmeza, en la exactitud con que los pies metálicos de las orugas se hundían en
el fango, chapoteando agua a los costados.
—Por nuestro lado los paramos, señor... —y el que hablaba era un teniente
con la camisa hecha jirones que llegó junto al capitán—. El microtanque que
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