Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
El teniente Gustave tenía en la cintura, en un estuche de cuero, un aparato
con botones, algo parecido a una radio de transistores. Apretó dos botones y
volví a oír la nota musical, como el rasguido de una cuerda de guitarra.
Comprendí que los demás hombres tendrían receptores sensibles a la vibración
y que de esa manera recibirían todos, a la vez y sin pérdida de tiempo, las
órdenes de los comandantes. Pero por más que la orden fue dada con gran
rapidez, ni siquiera hubo tiempo de ponerla en práctica. Como saltando por
sobre las copas de los árboles apareció un Gloster, lanzado a gran velocidad.
Un instante más y picaba hacia nosotros, con las alas chisporroteando.
Relampaguearon sus cohetes al ser lanzados y, casi al mismo tiempo, se oyó el
bufido de la bazooka antiaérea.
El estallido ensordecedor ahí, muy cerca, y un manotazo de aire que me lanzó
a un lado. Sentí por todo el cuerpo que me golpeaban la tierra y trozos de
ramas. Y, casi al mismo tiempo, otro estallido en el aire, apenas sobre nuestras
cabezas: el impacto de la bazooka desintegrando el aparato en pleno vuelo.
—Vienen más aviones —dijo alguien entre la espesura. Miré con más
atención: uno de los hombres, con auriculares, estaba inclinado sobre un
pequeño aparato con correas y diales, y había estirado una antena circular.
Debía de ser un radar portátil.
—¿Estás bien, Juan? —Favalli preguntó a mi lado.
—Yo sí. ¿Y tú?
—También... Aunque faltó poco...
Más crepitar de carabinas, otra vez el bufido de la bazooka, ahora a media
cuadra a nuestra derecha. Era evidente que los hombres del capitán Timer
disponían de varias piezas.
No alcanzamos a ver los aparatos, sólo oímos los estallidos y vimos los
fogonazos por detrás de las copas de los árboles: la bazooka era de una
eficacia demoledora.
—Si no nos tiran con cohetes teledirigidos podremos salir bien de ésta —el
capitán Timer estaba a hora junto al hombre de los auriculares—. ¡No vienen
más aviones...! Les bastó con los anteriores, ya tienen bastante.
—No creo que usen cohetes —dijo Favalli—. En ningún momento los vi
usarlos. Ni creo que los tengan.
—Sin embargo —hubo preocupación en la voz del teniente Gustave—. Los
cohetes intercontinentales que fueron disparados desde Arizona y otros
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