Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
de un impacto tremendo, muchas cosas que habían quedado detrás,
adormecidas en el fondo de la conciencia: Elena, Martita, todo el pequeño y
grande y siempre maravilloso mundo femenino que me rodeara hasta el
momento mortal de la nevada.
—Vamos, vamos —sonriendo, comprensivo, el teniente Gustave me tomó por
el brazo.
—No lo interprete usted mal... —intercedió Favalli.
Quiso decir algo más pero un sonido extraño, algo así como una nota grave de
guitarra, llegó desde más allá de los árboles. La tensión repentina hizo que
quedáramos todos como congelados, mirando hacia la espesura en
momentáneo aturdimiento.
La nota se repitió, por dos veces más.
—Alarma general, ¡a sus puestos!
La voz de Timer llegó desde el otro lado del claro, con calma profesional. Los
hombres dejaron en el suelo lo que llevaban y se dispersaron, cada uno
corriendo el cerrojo de la carabina, avanzando con paso ágil, resuelto. Aquello
era, sin duda, una maniobra muchas veces repetida para ellos.
Favalli y yo empuñamos nuestras armas, que nos habían devuelto cuando
entramos en la tienda, nos miramos por un momento sin saber qué hacer.
—Vengan —el teniente Gusta ve nos ordenó seguirlo.
Busqué a Lena, pero había desaparecido. Sin duda también ella tendría un
puesto asignado cuando llegaba el momento de la acción.
—¿Qué pasa? —preguntó Favalli mientras trotábamos junto al teniente por
entre la espesura.
—Se acerca alguna presencia extraña —explicó el teniente—. El incendio del
helicóptero de ustedes debe de haber llamado la atención desde mucha
distancia. Es muy posible, casi seguro, que seamos atacados...
—Sí... Los Ellos tienen medios, vaya uno a saber cuáles, para detectar
presencias hostiles desde lejos —explicó Favalli.
Iba a decir algo más, pero ya estábamos fuera de la espesura, en el borde del
bañado.
—¡Agacharse! —indicó el teniente con voz tranquila.
A nuestros lados, dispersos, los hombres se agazaparon en el pasto. Un ruido
Biblioteca de Videastudio – www.videa.com.ar