Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
ser favorable porque contestó:
—Sí, podemos decírselo: hemos venido hasta aquí justamente para capturar a
dos o tres hombres robots. Para no atraer sospechas del enemigo nos pusimos
en la nuca los aparatos teledirectores simulados... Cualesquiera que nos viera
desde lejos —ésa fue la idea— nos confundiría con hombres robots.
—¿Para qué quieren capturar a dos o tres hombres robots?
—Para llevarlos a nuestra base. Hay allí expertos que los estudiarán. Sería de
vital importancia si pudiéramos apoderarnos del secreto de los lelecomandos,
si lográramos enterarnos délas órdenes que los Ellos transmiten a los hombres
robots.
—¿"Nuestra base"? ¿Dónde está esa base? ¿Y de dónde vienen ustedes?
¿Ustedes no son de aquí?
Hubo ansia mal reprimida en la voz de Favalli: era tanto lo que deseábamos
saber, podían ser tan importantes para nosotros las respuestas...
Pero el hombre se tomó su tiempo para contestar: volvió a mirarnos con ojos
escrutadores, como si nos viera por primera vez. Sin duda estaba entrenado en
la desconfianza, en no fiarse de nada ni de nadie. Por fin se alzó de hombros:
—¿Qué más da? De todos modos, hasta los perros saben ya dónde está
nuestra base —murmuró como para sí mismo. En seguida agregó, mirando a
Favalli—: Venimos de Dallas, Texas, Estados Unidos... Mi nombre es Timer,
Bob Timer...
Capitán Bob Timer.
—Favalli, Carlos...
—Salvo, Juan...
Mi amigo y yo nos presentamos. Quizá nos atropellamos al hacerlo: era
demasiada la urgencia que teníamos por escuchar las explicaciones.
—El teniente Gustave...
El capitán Timer no tenía tanta prisa: tuvimos que presentarnos ahora al que
primero nos tanteara el cráneo, un hombre de rostro como mal dibujado, con
mandíbula excesiva.
—La invasión... ¿no llegó entonces a los Estados Unidos? ¿No hubo nevada
allí? Favalli tuvo que seguir preguntando. Eran demasiadas las interrogaciones
que le quemaban por dentro.
Biblioteca de Videastudio – www.videa.com.ar