Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
separación, todo lo que me había ocurrido hacía tan poco tiempo... Martita...
Elena...¿Volvería a verlas alguna vez?
Miré otra vez el río. Ya no me pareció
hermoso ni nostálgico: de pronto volvió a
serlo que era, una vía de comunicación,
un camino para la fuga o para el
reencuentro: "El hombre dijo que la
nevada había llegado hasta el Gambado...
Tendría que tomar un bote, salir al
Paraná y probar de desembarcar a la
altura de Campana o de Zarate... Así
podría volver al lugar adonde dejé a Martita y a Elena...".
Un rugido inconfundible, totalmente inesperado aunque nada podía ser más
lógico que oírlo allí, me llegó de pronto.
—¡Una lancha!
También la mujer lo había oído y se precipitó a la ventana, a mi lado.
— Por el ruido, debe ser una lancha colectiva.
Era incongruente, costaba creer que todavía podía correr una lancha. Sin
embargo era imposible dudar: sí, del lado del Tigre venía una lancha a toda
velocidad. Antes de que pudiera contenerlos, la mujer y el chico se lanzaron
afuera, bajaron la pequeña escalera, corriendo hacia el muelle. Tuve que
seguirlos, a pesar de que era una imprudencia enorme: ¿y si eran hombres
robots?
Allí, en el codo, abriéndose bastante porque el río estaba en bajante, apareció
la lancha. Sí, era una colectiva.
—¡No deben vernos! ¡No les haga señas! —grité.
Llegué por fin junto a la mujer, traté de tomarla por el brazo. Pero era tarde:
ya había hecho señas. Y ya la lancha torcía el rumbo, enderezaba hacia
nosotros.
—¿Por qué no hemos de avisarles? —la mujer me miró sorprendida—. ¡Es la
primera lancha que veo en días!
—Pueden ser hombres robots —expliqué con rudeza, tomándolos a los dos por
Biblioteca de Videastudio – www.videa.com.ar