Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
momento no recordé para nada mi entrada a la cosmonave de los Ellos ni el
encuentro con el Mano, allá en su planeta... Sin embargo, me parecía lo más
natural haber aparecido de pronto allí, nadando en medio de un brazo del
Paraná...
—La verdad es que no sé lo que pasa... —dijo el hombre perplejo, meneando
la cabeza—. No termino de entender nada... Fui en bote hasta el Tigre, pero
no llegué al Lujan: al entrar al arroyo del Gambado lo encontré totalmente
bloqueado por botes atravesados, algunos medio volcados: todos con los
ocupantes muertos, cubiertos por una sustancia blanquecina... La misma
sustancia estaba en las plantas, en todas partes. Todo parecía muerto, como
quemado por una gran helada...
Ya sabía lo que era aquello: quería decir que la nevada de la muerte había
llegado hasta poco más al sur del Tigre. Era posible que el resto del Delta se
hubiera salvado.
—¿Y usted? —sobresaltado, descubrí que el hombre me miraba con ojos
entrecerrados, cargados de recelo—. ¿Tiene armas usted?
—No... —y entreabrí los brazos como invitándolo a registrarme.
De todos modos, aunque hubiera tenido algún arma de muy poco me hubiera
podido servir, empapado como estaba.—¿De dónde viene? —Pedro Bartomelli
siguió mirándome con mirada llena de sospecha.
¿Cómo contestarle? Ni yo mismo lo sabía. Hice un gesto vago hacia Buenos
Aires. Traté de inventar una excusa:
—Estaba en una canoa... Me distraje, se me volcó...
—Venga, no se preocupe más... —dijo finalmente.
Después el hombre rió, me palmeó con fuerza y empezamos a caminar hacia la
casa pintada de rojo, con techo de cinc a dos aguas, construida sobre pilotes
de madera.
Era un chalet parecido a muchos otros... La isla misma era igual a tantas otras
que yo conociera... Tan parecida a la "Alicia", la isla donde pasé algunos de los
días más dichosos de mi vida... Por un momento me pareció estar viendo a los
amigos, trabajando con palas junto a un gran fuego —demasiado grande,
como siempre—para el asado que debíamos preparar...
Pero el frío, los músculos acalambrados y el cuerpo que tiritaba me recordaron
por qué estaba allí. Duele, a veces, volver al presente.
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