Oesterheld, Héctor – El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción
espinel... Sin embargo, nada era más natural que aquellas pequeñas boyas de
corcho pintadas de blanco y de rojo que subían y bajaban por el oleaje.
Por fin pude asirme a la escalera. Tanteé con los pies buscando el primer
escalón. Estaba roto. Traté de encaramarme, y recién entonces me di cuenta
hasta qué punto estaba fatigado."Tranquilo, Juan... ¿Qué apuro tienes?", traté
de serenarme. "Descansa un poco, ya te vendrán las fuerzas para subir".
Para distraerme del cansancio miré el río. Un paisaje familiar, que me
recordaba tantos domingos de remo, tantas madrugadas de pesca recorriendo
algún espinel tendido durante la noche entre los juncos...
Allá enfrente había otro muelle con un letrero, uno de esos pequeños carteles
de casi patético optimismo: "Los tres amigos"...
Un ruido fuerte, casi sobre mi cabeza. Y otro más, en seguida. Miré, y allá
arriba, sobre el muelle, lo vi: un hombre vestido con campera, sin afeitar, de
edad indefinible, corpulento. Me miraba con ojos serios, como pensando si
convenía salvarme o si era preferible dejarme llevar por la corriente.
De pronto se decidió: bajó los escalones, haciendo mover el maderamen, y me
tendió la mano.
Me dejé ayudar. No estaba tan cansado después de todo y pude subir bastante
bien. Pero fue bueno sentir aquel brazo que se estiraba en mi ayuda...
Ya los dos arriba del muelle, el hombre se presentó:
—Soy Pedro Bartomelli...
—Juan Salvo —repliqué, estrechándole la mano ancha y inerte, algo callosa—.
Suerte que me ayudó a subir, amigo —empecé a tiritar por el frío, traté de
moverme para hacer escurrir el agua—. Me cansé nadando contra la corriente,
casi me había quedado sin fuerzas para subir.
—La verdad que tuvo suerte. Lo vi de casualidad; por un momento me pareció
que era un tronco... Me acerqué pensando que estaría estorbando el espinel.
Fue por eso que lo vi. —¿Usted sabe algo de lo que pasa? — dije no bien me
recobré. Es que ríe pronto volvía a recordarlo tocio: la nevada de la muerte, la
invasión de los Ellos, la enorme desolación tendida como un invisible pero
abominable sudario sobre todo Buenos Aires, los combates contra los Gurbos,
mi desesperado reencuentro con Martita y con Elena, la carrera hacia el
interior, los hombresrobots persiguiéndonos... Recordé a Favalli, a los demás
amigos, todos ya convertidos en hombres robot... Es curioso, pero en aquel
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