¡Oh, válame Dios, y cuán grande que fue el enojo que recibió don Quijote oyendo
las descompuestas palabras de su escudero! Digo que fue tanto, que, con voz
atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo:
-¡Oh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo,
deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¿Tales palabras has osado decir
en mi presencia y en la destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y
atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación? ¡Vete de mi presencia,
monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de
bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro
que se debe a las reales personas! ¡Vete, no parezcas delante de mi, so pena de mi
ira!
Y diciendo esto, enarcó las cejas, hinchó los carrillos, miró a todas partes, y dio con
el pie derecho una gran patada en el suelo, señales todas de la ira que encerraba
en sus entrañas. A cuyas palabras y furibundos ademanes quedó Sancho tan
encogido y medroso, que se holgará que en aquel instante se abriera debajo de sus
pies la tierra y le tragara, y no supo qué hacerse, sino volver las espaldas y
quitarse de la enojada presencia de su señor. Pero la discreta Dorotea, que tan
entendido tenía ya el humor de don Quijote, dijo, para templarle la ira:
-No os despechéis, señor Caballero de la Triste Figura, de las sandeces que vuestro
buen escudero ha dicho, porque quizá no las debe de decir sin ocasión, ni de su
buen entendimiento y cristiana conciencia se puede sospechar que levante
testimonio a nadie; y así, se ha de creer, sin poner duda en ello, que, como en este
castillo, según vos, señor caballero, decís, todas las cosas van y suceden por modo
de encantamento, podría ser, digo, que Sancho hubiese visto por esta diabólica vía
lo que él dice que vio, tan en ofensa de mi honestidad.
-Por el omnipotente Dios juro -dijo a esta sazón don Quijote- que la vuestra
grandeza ha dado en el punto, y que alguna mala visión se le puso delante a este
pecador de Sancho, que le hizo ver lo que fuera imposible verse de otro modo que
por el de encantos no fuera; que se yo bien de la bondad e inocencia deste
desdichado, que no sabe levantar testimonios a nadie.
-Ansí es y ansí será -dijo don Fernando-; por lo cual debe vuestra merced, señor
don Quijote, perdonalle y reducille al gremio de su gracia, sicut erat in principio,
antes que las tales visiones le sacasen de juicio.
Don Quijote respondió que él le perdonaba, y el cura fue por Sancho, el cual vino
muy humilde, y, hincándose de rodillas, pidió la mano a su amo, y él se la dio, y
después de habérsela dejado besar, le echó la bendición, diciendo:
-Agora acabarás de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo otras muchas veces
te he dicho de que todas las cosas deste castillo son hechas por vía de
encantamento.
-Así lo creo yo -dijo Sancho-, excepto aquello de la manta, que realmente sucedió
por vía ordinaria.
-No lo creas -respondió don Quijote-; que si así fuera, yo te vengara entonces, y
aun agora; pero ni entonces ni agora pude, ni vi en quién tomar venganza de tu
agravio.
Desearon saber todos qué era aquello de la manta, y el ventero les contó punto por
punto la volatería de Sancho Panza, de que no poco se rieron todos, y de que no