Calló y no dijo más don Quijote, y esperó con mucho sosiego la respuesta de la
fermosa infanta; la cual, con ademán señoril y acomodado al estilo de don Quijote,
le respondió desta manera:
-Yo os agradezco, señor caballero, el deseo que mostráis tener de favorecerme en
mi gran cuita, bien así como caballero a quien es anejo y concerniente favorecer los
huérfanos y menesterosos; y quiera el cielo que el vuestro y mi deseo se cumplan,
para que veáis que hay agradecidas mujeres en el mundo. Y en lo de mi partida,
sea luego; que yo no tengo más voluntad que la vuestra: disponed vos de mí a
toda vuestra guisa y talante; que la que una vez os entregó la defensa de su
persona y puso en vuestras manos la restauración de sus señoríos no ha de querer
ir contra lo que la vuestra prudencia ordenare.
-A la mano de Dios -dijo don Quijote-; pues así es que una señora se me humilla,
no quiero yo perder la ocasión de levantalla y ponella en su heredado trono. La
partida sea luego, porque me va poniendo espuelas al deseo y al camino lo que
suele decirse que en la tardanza está el peligro. Y pues no ha criado el cielo, ni
visto el infierno, ninguno que me espante ni acobarde, ensilla, Sancho, a Rocinante,
y apareja tu jumento y el palafrén de la reina, y despidámonos del castellano y
destos señor