nos levante a nuestra vez una cabaña de barro sumamente decorativa, o una pagoda oriental
u holandesa, o un chiquero, o alguna fantasía ingeniosa, sea esquimal, kickapoo u
hotentote. Como es natural, no podemos consentir en demoler dicha construcción por
menos de un precio superior en un 500 por 100 al de nuestro lote y material de
construcción. ¿Cómo podríamos proceder de otro modo? Lo pregunto a los hombres de
negocios. Sería irracional suponer semejante cosa. Y, sin embargo, no faltó una sociedad de
aventureros que me pidió que lo hiciera... ¡a mí, nada menos! Ni que decir que ni siquiera
contesté a tan absurda propuesta, pero aquella misma noche consideré de mi deber cubrir el
frente de su p