estupefacción y su rabia al advertir, mientras se frotaba los nudillos, que su mano no había
hecho otra cosa que tantear inútilmente el fondo de un cajetín vacío? En el compartimento
de las «o» mayúsculas no quedaba una sola «o» mayúscula; y, lanzando una ojeada
temerosa al de las «o» minúsculas, el aprendiz comprobó para su indescriptible espanto que
tampoco había allí ninguna letra. Despavorido, su primer impulso fue correr en busca del
regente.
—¡Oh, señor! —jadeó, tratando de recobrar el aliento—. ¡No puedo componer nada si
me faltan las oes!
—¿Qué diablos quieres decir? —gruñó el regente, malhumorado por el retardo de la
edición.
—¡Señor... no queda ni una o en la caja... ni grande ni chica!
—¿Cómo? ¿Y dónde demonio han ido a parar todas las que había?
—Yo no sé, señor —dijo el chico—, pero uno de los aprendices de La Gaceta anduvo
dando vueltas por aquí toda la noche, y a mí me parece que se las debe de haber robado.
—¡Que el infierno se lo trague! ¡Claro que sí! —gritó el regente, rojo de rabia—. No
importa, Bob, yo te diré lo que has de hacer. En la primera ocasión que tengas entras allá y
les sacas todas las «íes» que tengan... ¡y las «zetas» también, malditos sean!
—De acuerdo —dijo Bob, guiñando el ojo—. Ya lo creo que iré, y ya lo creo que les
haré una buena. Pero... ¿y este suelto? Hay que componerlo esta noche, porque si no...
—Ya veo —dijo el regente, suspirando profundamente—. ¿Es un suelto muy largo,
Bob?
—Yo no diría que es muy largo —opinó Bob.
—¡Ah, bueno, entonces arréglate como puedas! Sea como sea, tenemos que entrar de
una vez por todas en prensa —agregó distraídamente el regente, sumergido hasta los codos
en su trabajo—. En vez de «o» pon cualquier otra letra; de todos modos nadie va a leer lo
que este tipo escribe.
—Muy bien —dijo Bob, y se volvió corriendo a su caja, mientras murmuraba para sí:
«¿Con que tengo que ir a sacarles todas las “íes” y las “zetas”, eh? ¡Pues yo soy el hombre
para eso!» La verdad es que Bob, aunque sólo tenía doce años y cuatro pies de estatura,
estaba pronto para afrontar cualquier lucha, siempre que no fuera muy dura.
La orden que acababa de darle el regente no era demasiado insólita, pues cosas así
suelen ocurrir en las imprentas. Aunque me resulta imposible explicarlo, cuando eso sucede
se acude siempre a la x como sustituto de la letra faltante. Quizá la razón resida en que la x
tiende a sobreabundar en las cajas de composición (o, por lo menos, así ocurría en otros
tiempos), por lo cual los impresores se han ido acostumbrando a emplearla para sustituir
otras letras. En cuanto a Bob, frente a un caso como el presente, hubiera considerado
escandaloso emplear otra letra que la x, pues tal era su costumbre.
—Tendré que ponerle x a este suelto —se dijo, mientras lo leía lleno de
estupefacción—, pero que me cuelguen si no es el suelto con más oes que he visto en mi
vida.
Inflexible, sin embargo, procedió a componer usando la x, y así entró el suelto en
prensa.
A la mañana siguiente la población de Nópolis se quedó de una pieza al leer en La
Tetera el siguiente extraordinario artículo:
«¡Xh, Jxhn, xh, txntx! ¿Cxmx nx te txmx encxnx, lxmx de plxmx! ¡Ve a Cxncxrd,
Jxhn, antes de txdx! ¡Vuelve prxntx, gran mxnx rxmx! ¡Xh, eres un sxllx, un xsx, un txpx,
un lxbx, un pxllx! ¡Nx un mxzx, nx! ¡Txntx gxlxsx! ¡Cxlxsx sxrdx! ¡Te txmx xdix, Jxhn!