Una malaventura
Continuación del relato precedente
Señora, ¿qué coyuntura os ha afligido así?
(COMUS)
Era una tarde serena y silenciosa cuando eché a andar por la excelente ciudad de
Edina120. Terribles eran la confusión y el movimiento en las calles. Los hombres hablaban.
Las mujeres gritaban. Los niños se atragantaban. Los cerdos silbaban. Los carros
resonaban. Los toros bramaban. Las vacas mugían. Los caballos relinchaban. Los gatos
maullaban. Los perros bailaban. ¡Bailaban! ¿Era posible? ¡Bailaban! ¡Ay, pensé yo, mis
tiempos de baile han pasado! Siempre es así. ¡Qué legión de melancólicos recuerdos
despertará siempre en la mente del genio y en la contemplación imaginativa, especialmente
la del genio condenado a la incesante, eterna, continua y, como cabría decir, continuada...
sí, continuada y continuamente, amarga, angustiosa, perturbadora, y, si se me permite la
expresión, la muy perturbadora influencia del sereno, divino, celestial, exaltador, elevador y
purificador efecto de lo que cabe denominar la más envidiable, la más verdaderamente
envidiable, ¡sí, la más benignamente hermosa!, la más deliciosamente etérea y, por así
decirlo, la más bonita (si puedo usar una expresión tan audaz) de las cosas de este mundo!
¡Perdóname, gentil lector, pero me dejo arrastrar por mis sentimientos! En ese estado de
ánimo, repito, ¡qué legión de recuerdos se remueven [Y[