insulto como un hombre. Parecióme, no obstante, que había hecho todo lo que se podía
pedir en el caso de aquel miserable individuo y resolví no molestarlo más con mis consejos,
abandonándolo a su conciencia y a sí mismo. De todos modos, aunque no volví a hablarle
del asunto, no pude privarme por completo de su compañía. Llegué incluso a tolerar
algunas de sus tendencias menos reprobables y en ciertas ocasiones hasta alabé sus pésimas
bromas (aunque con lágrimas en los ojos, como elogian los epicúreos la mostaza); a tal
punto me dolía oír su profano lenguaje.
Un día radiante, en que habíamos salido a pasear tomados del brazo, nuestro camino
nos condujo hasta un río. Había un puente y resolvimos cruzarlo. Era un puente techado,
que protegía del mal tiempo y, como dentro tenía pocas ventanas, resultaba
desagradablemente oscuro. Cuando penetramos, el contraste entre el brillo exterior y la
penumbra influyó penosamente en mi ánimo. No así en el desdichado Dammit, quien
apostó en seguida su cabeza al diablo a que yo estaba melancólico. Por su parte parecía de
excelente humor. Quizá en exceso, lo cual me hacía sentir no sé qué rara sospecha. No me
parecía imposible que fuera víctima de algún trascendentalismo. Pero no soy tan versado en
el diagnóstico de esta enfermedad como para afirmar nada y, por desgracia, ninguno de mis
amigos del Dial se hallaba presente. Sugiero la idea, no obstante, a causa de una cierta
austera bufonería que parecía haber invadido a mi pobre amigo, induciéndolo a
comportarse como un estúpido. Nada podía disuadirlo de deslizarse y saltar por encima o
por debajo de cualquier cosa que se cruzara en su camino; todo esto gritando o susurrando
palabras y palabrotas, a tiempo que su rostro conservaba una profunda gravedad. Realmente
yo no sabía si tenerle lástima o emprenderla a puntapiés con él. Por fin, cuando habíamos
atravesado casi todo el puente y nos acercábamos a su fin, nuestra marcha se vio impedida
por un molinete. Pasé como corresponde en estos casos, es decir, que hice girar el molinete.
Pero esto no convenía al capricho de Mr. Dammit. Insistió en saltar sobre el molinete,
afirmando que era capaz de hacer al mismo tiempo una pirueta en el aire.
Pues bien, hablando seriamente, no me