movimiento regular, cauteloso, y encogiéndome todo lo posible, me deslicé, lentamente,
fuera de mis ligaduras, más allá del alcance de la cimitarra. Por el momento, al menos,
estaba libre.
Libre... ¡y en las garras de la Inquisición! Apenas me había apartado de aquel lecho de
horror para ponerme de pie en el piso de piedra, cuando cesó el movimiento de la diabólica
máquina, y la vi subir, movida por una fuerza invisible, hasta desaparecer más allá del
techo. Aquello fue una lección que debí tomar desesperadamente a pecho. Indudablemente
espiaban cada uno de mis movimientos. ¡Libre! Apenas si había escapado de la muerte bajo
la forma de una tortura, para ser entregado a otra que sería peor aún que la misma muerte.
Pensando en eso, paseé nerviosamente