Justo delante de la puerta de entrada, en un sillón de alto respaldo y asiento de cuero,
con patas retorcidas de puntas finas como las mesas, está sentado el viejo dueño de la casa
en persona. Es un anciano pequeño e hinchado, de grandes ojos redondos y doble papada
enorme. Sus ropas se parecen a las de los muchachos, y no necesito decir nada más al
respecto. Toda la diferencia reside en que su \H\