Bon-Bon
Quand un bon vin meuble mon estomac
Je suis plus savant que Balzac,
Plus sage que Pibrac;
Mon seul bras faisant l’attaque
De la nation Cossaque
La mettroit au sac;
De Charon je passerois le lac
En dormant dans son bac;
J’irois au fier Eac,
Sans que mon cœur fit tic ni tac,
Présenter du tabac.
(Vaudeville francés)
No creo que ninguno de los parroquianos que, durante el reino de... frecuentaban el
pequeño café en el cul-de-sac Le Febre, en Rúan, esté dispuesto a negar que Pierre BonBon era un restaurateur de notable capacidad. Me parece todavía más difícil negar que
Pierre Bon-Bon era igualmente bien versado en la filosofía de su tiempo. Sus pâtés de foies
eran intachables, pero, ¿qué pluma podría hacer justicia a sus ensayos sur la Nature, a sus
pensamientos sur l’âme, a sus observaciones sur l’esprit? Si sus omelettes, si sus
fricandeaux eran inestimables, ¿qué literato de la época no hubiera dado el doble por una
idée de Bon-Bon que por la despreciable suma de todas las idées de los savants? Bon-Bon
había explorado bibliotecas que para otros hombres eran inexploradas; había leído más de
lo que otros podían llegar a concebir como lectura, había comprendido más de lo que otros
hubieran imaginado posible comprender; y si bien no faltaban en la época de su
florecimiento algunos escritores de Rúan para quienes «su dicta no evidenciaba ni la pureza
de la Academia, ni la profundidad del Liceo», y a pesar, nótese bien, de que sus doctrinas
no eran comprendidas de manera muy general, no se sigue empero de ello que fuesen
difíciles de comprender. Pienso que su propia evidencia hacía que muchas personas las
tomaran por abstrusas. Kant mismo —pero no llevemos las cosas más allá— debe
principalmente su metafísica a Bon-Bon. Este no era platónico ni, hablando en rigor,
aristotélico; tampoco, a semejanza de Leibniz, malgastaba preciosas horas que podían
emplearse mejor inventando una fricassée o, facili gradu, analizando una sensación, en
frívolas tentativas de reconciliar todo lo que hay de inconciliable en las discusiones éticas.
¡Oh no! Bon-Bon era jónico. Bon-Bon era igualmente itálico. Razonaba a priori. Razonaba
a posteriori. Sus ideas eran innatas... o de otra manera. Creía en Jorge de Trebizonda. Creía
en Bessarion. Bon-Bon era, enfáticamente... Bon-Bonista.
He hablado del filósofo en su calidad de restaurateur. No quisiera, empero, que alguno
de mis amigos vaya a imaginarse que, al cumplir sus hereditarios deberes en esta última
profesión, nuestro héroe dejaba de estimar su dignidad y su importancia. ¡Lejos de ello!
Hubiera sido imposible decir cuál de las dos ramas de su trabajo le inspiraba mayor orgullo.
Opinaba que las facultades intelectuales estaban íntimamente vinculadas con la capacidad