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Faltaba su valioso contenido y vanamente se esforzó el magistrado por obtener del inculpado una confesión sobre el destino del dinero o el lugar donde se hallaba escondido. Mr. Pennifeather se obstinó en afirmar que no sabía nada de todo aquello. Por otra parte, los policías descubrieron entre el elástico y el colchón de la cama una camisa y un pañuelo para el cuello, con el monograma del acusado, espantosamente manchados con la sangre de la víctima. A esta altura de la encuesta se hizo saber que el caballo del asesinado acababa de morir a consecuencia de la herida que recibiera. Mr. Goodfellow propuso entonces que se procediera a efectuar la autopsia del animal, a fin de descubrir, si era posible, la bala. Así se hizo; y como para que la culpabilidad del acusado quedara demostrada de manera definitiva, Mr. Goodfellow, luego de larga búsqueda dentro del pecho del caballo, terminó por localizar y extraer una bala de gran tamaño que, hechas las pruebas correspondientes, resultó corresponder exactamente al calibre del rifle de Mr. Pennifeather, que era mayor que el de cualquier otro vecino del pueblo o sus inmediaciones. Para confirmar aún más la cuestión se descubrió que la bala tenía una señal o reborde en ángulo recto con la sutura habitual; no tardó en verificarse que dicha señal coincidía con la existente en los moldes para fundir balas que, según confesión del acusado, le pertenecían. Apenas probado esto, el magistrado a cargo de la encuesta rehusó escuchar nuevos testimonios y ordenó de inmediato que el prisionero fuera juzgado por asesinato, negándose resueltamente a dejarlo en libertad bajo fianza, a pesar de que Mr. Goodfellow protestó calurosamente contra esta severidad, y ofreció salir como fiador por cualquier suma que se pidiera. Esta generosidad por parte del «viejo Charley» hallábase muy de acuerdo con su amable y caballeresca conducta a lo largo de toda su permanencia en Rattleborough. En este caso, el excelente caballero se dejaba llevar de tal manera por la excesiva fogosidad de su simpatía, que al ofrecerse como fiador de su joven amigo parecía olvidar que no poseía un centavo en el mundo entero. Los resultados de la decisión pueden imaginarse fácilmente. Acompañado por el odio y la execración de todo Rattleborough, Mr. Pennifeather fue juzgado en el tribunal de causas criminales; la cadena de pruebas circunstanciales (reforzada por algunos hechos condenatorios adicionales, que la sensible conciencia de Mr. Goodfellow le prohibió mantener secretos) fue considerada tan sólida y concluyente, que el jurado no se molestó en abandonar sus asientos para pronunciar el inmediato veredicto de culpable de asesinato en primer grado. Momentos después el miserable era condenado a muerte y conducido nuevamente a la cárcel del condado para esperar la inexorable venganza de la ley. En el ínterin, la noble conducta del «viejo Charley Goodfellow» había duplicado la estima que le profesaban los honestos ciudadanos del pueblo. Su popularidad era diez veces mayor que antes, y, como consecuencia natural de la hospitalidad que recibía en todas partes, se vio forzado a modificar un tanto los hábitos parsimoniosos que su pobreza le impusiera hasta entonces; empezó con frecuencia a ofrecer pequeñas réunions en su casa, donde la alegría y el buen humor reinaban supremos —enfriados momentáneamente, claro está, por el recuerdo ocasional del prematuro y melancólico destino que aguardaba al sobrino del íntimo amigo de tan generoso huésped. Un bello día, este magnífico caballero tuvo la agradable sorpresa de recibir la siguiente carta: Mr. Charles Goodfellow, Esq., Rattleborough.