Tío.—¡Pues bien! El uno fue hacia el este y el otro hacia el oeste, y los dos dieron la
vuelta completa a la tierra. Dicho sea de paso, el doctor Dubble L. Dee...
Yo.—(Presurosamente.) Capitán Pratt, ¿por qué no viene a pasar la velada de mañana
con nosotros...? También usted, capitán Smitherton. Nos contarán los detalles de sus viajes,
haremos una partida de whist, y...
Pratt.—¡Vamos, querido muchacho! ¿Jugar al whist en domingo? Alguna otra noche, si
quiere, pero...
Kate.—¡Oh, no, Robert no es tan impío como para proponer eso! Pero hoy es domingo,
capitán.
Tío.—¡Naturalmente!
Pratt.—Les pido disculpas a ambos, pero no puedo engañarme hasta ese punto. Sé que
mañana es domingo porque...
Smitherton.—(Muy sorprendido.) ¿Qué están diciendo ustedes? ¿No fue ayer
domingo?
Todos.—¡Ayer! ¡Vamos, usted bromea!
Tío.—¡Hoy es domingo! ¡Como si no lo supiera!
Pratt.—¡Oh, no! ¡Mañana es domingo!
Smitherton.—¡Se han vuelto ustedes locos! ¡Tan seguro estoy de que ayer era domingo,
como de que estoy sentado en esta silla!
Kate.—(Dando un brinco.) ¡Ya sé..., ya sé! ¡Oh, papá, ésta es una sentencia contra ti,
por... por lo que sabes! Ya veo lo que ocurre, y puedo explicarlo fácilmente. Es muy
sencillo. El capitán Smitherton dice que ayer era domingo, y tiene razón. El primo Bobby,
papá y yo decimos que hoy es domingo, y tenemos razón. El capitán Pratt sostiene que
mañana será domingo, y tiene razón. El hecho es que todos estamos en lo cierto, y que hay
tres domingos en una semana.
Smitherton.—(Tras una pausa.) Dicho sea entre nosotros, Pratt, Kate nos ha aventajado
en astucia. ¡Qué tontos hemos sido! Mr. Rumgudgeon, la cuestión es la siguiente: como
usted sabe, la tierra tiene una circunferencia de veinticuatro mil millas. El globo gira sobre
su eje... da vueltas sobre el mismo... hace pasar esas veinticuatro mil millas de su
circunferencia, yendo de oeste a este, exactamente en veinticuatro horas. ¿Me sigue usted,
Mr. Rumgudgeon?
Tío.—Por supuesto... por supuesto. El doctor Dub...
Smitherton.—(Tapando su voz.) Pues bien, señor: la velocidad de esta revolución es de
mil millas por hora. Supongamos ahora que yo me traslado a mil millas al este de donde
estamos. Como es natural, me anticipo a la salida del sol en una hora exacta con respecto a
Londres. Veo salir el sol una hora antes que usted. Si avanzo otras mil millas en la misma
dirección, me anticipo en dos horas, otras mil millas, y tendré tres horas de adelanto, y así
sucesivamente hasta que, terminada la vuelta al globo, y otra vez en este mismo sitio
después de viajar veinticuatro mil millas al este, me habré anticipado en veinticuatro horas
a la salida del sol en Londres; vale decir que estaré adelantado en un día con respecto al
tiempo de usted. ¿Claro, no es cierto?
Tío.—Pero Dubble L. Dee...
Smitherton.—(A gritos.) El capitán Pratt, en cambio, una vez que hubo viajado mil
millas al oeste de este punto, se encontró atrasado en una hora, y cuando terminó su
recorrido de veinticuatro mil millas al oeste quedó atrasado en un día con respecto al
tiempo de Londres. Vale decir que, para mí, ayer era domingo, como lo es hoy para usted y
lo será mañana para Pratt. Y, lo que es más, Mr. Rumgudgeon, los tres tenemos razón, pues