Templo!
—¡Raca! —juró Ben-Levi—. ¿Pretenderán robarnos el dinero de la compra?
¡Santísimo Moisés! ¿Estarán acaso pesando los siclos del tabernáculo?
—¡Han dado la señal! —gritó el Fariseo—. ¡Por fin han dado la señal! ¡Tira de la
cuerda, Abel-Phittim... y también tú, Buzi-Ben-Levi! ¡Pues en verdad digo que los filisteos
están sujetando todavía la cesta o el Señor ha dulcificado sus corazones y la han cargado
con un animal de gran peso!
Y los Gizbarim tiraron de la cuerda, mientras su carga ascendía balanceándose
pesadamente entre la espesa niebla.
—¡Booshoh! ¡Booshoh!
Tal fue la exclamación que brotó de los labios de Ben-Levi cuando, después de una
hora de trabajo, empezó a verse algo en la extremidad de la cuerda.
—¡Booshoh! ¡Oh vergüenza! ¡Es un carnero de los sotos de Engedi... y más arrugado
que el valle de Jehoshaphat!
—Es un primer nacido del rebaño —opuso Abel-Phittim—. Lo reconozco por su balido
y por su manera inocente de doblar las patas. Sus ojos son más hermosos que las joyas del
Pectoral, y su carne es como la miel del Hebrón.
—Es un becerro engordado en las praderas de Bashan —dijo el Fariseo—. ¡Los
paganos se han portado admirablemente con nosotros! ¡Que nuestras voces se alcen en un
salmo! ¡Demos las gracias con el shawm y el salterio! ¡Con el arpa y el huggab, con la
cítara y el sacabuche!
Sólo cuando la cesta se hallaba a pocos pies de los Gizbarim, un sordo gruñido les
reveló que contenía un cerdo de enorme tamaño.
—¡El Emanu! —gritó el trío, levantando los ojos y soltando la cuerda, con lo cual el
cerdo se volvió de cabeza entre los filisteos—. ¡El Emanu! ¡Dios sea con nosotros...! ¡Es la
carne innominable!