conforme a vuestros gustos respectivos e individuales.
—Sería cosa por completo imposible —dijo entonces Patas, a quien las frases y la
dignidad del Rey Peste I habían inspirado evidentemente cierto respeto, por lo cual se puso
de pie para hablar, sujetándose a la vez a la mesa—. Sería imposible, sabedlo, majestad,
que yo estibara en mi bodega la cuarta parte del licor que acabáis de mencionar. Aun
dejando de lado el cargamento subido a bordo esta mañana a manera de lastre, y sin
mencionar las distintas cervezas y licores embarcados por la tarde en diversos puertos, me
encuentro ahora con un arrumaje completo de cerveza, adquirido y debidamente pagado en
la enseña del «Alegre Marinero». Vuestra Majestad tendrá, pues, la gentileza de considerar
que la intención reemplaza el hecho, pues de ninguna manera podría tragar una sola gota...
y mucho menos una gota de esa infame agua de sentina que responde a la denominación de
ron con melaza.
—¡Amarra eso! —interrumpió Tarpaulin, no menos asombrado por la longitud del
discurso de su compañero que por la naturaleza de su negativa—. ¡Amarra eso, marinero de
agua dulce! ¡Basta de charla, Patas! Mi casco está todavía liviano, aunque ya veo que tú te
estás hundiendo un poco. En cuanto a tu parte de cargamento, en vez de armar tanto jaleo
me animo a encontrar sitio para él en mi propia cala, pero...
—Semejante arreglo —interrumpió el presidente— no está para nada de acuerdo con
los términos de la multa o sentencia, que es por naturaleza irrevocable e inapelable. Las
condiciones que hemos impuesto deben ser cumplidas al pie de la letra sin un segundo de
vacilación... ¡Y si así no se hiciere, decretamos que ambos seáis atados juntos por el cuello
y los talones y ahogados por rebeldes en aquel casco de cerveza!
—¡Magnífica sentencia! ¡Justa y apropiada sentencia! ¡Gloriosa decisión! ¡La más
meritoria, adecuada y sacrosanta condena! —gritó al unísono la familia Peste. El rey hizo
aparecer en su frente una infinidad de arrugas; el hombrecillo gotoso sopló como dos
fuelles juntos; la dama de la mortaja balanceaba su nariz de un lado al otro; el caballero de
los calzones levantó las orejas, y la dama del sudario jadeó como un pez fuera del agua,
mientras el del ataúd parecía más rígido que nunca y revolvía los ojos.
—¡Uh, uh, uh! —rió Tarpaulin, sin cuidarse de la excitación general—. ¡Uh, uh, uh!
Estaba yo diciendo, cuando Mr. Rey Peste se inmiscuyó en la conversación, que una
tontería de dos o tres galones más o menos de ron con melaza nada pueden hacerle a un
barco tan sólido como yo si no anda demasiado cargado. Pero si se trata de beber a la salud
del Diablo (¡a quien Dios perdone!) y ponerme de rodillas delante de ese espantajo de rey, a
quien conozco tan bien como a mí mismo, pobre pecador que soy... ¡Sí, lo conozco, puesto
que se trata de Tim Hurlygurly, el actor...! Pues bien, en ese caso, ya no sé realmente qué
pensar ni qué creer.
No pudo terminar en paz su discurso. Al oír el nombre de Tim Hurlygurly, la entera
asamblea saltó de sus asientos.
—¡Traición! —gritó su majestad el Rey Peste I.
—¡Traición! —exclamó el hombrecillo gotoso.
—¡Traición! —chilló la Archiduques