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mortaja, se instaló a su lado lleno de alegría y, zampándose una calavera llena de vino tinto, brindó por una amistad más íntima. Al oír esto, el rígido caballero en el ataúd pareció excesivamente incomodado, y hubieran podido producirse consecuencias graves de no mediar la intervención del presidente, quien, luego de golpear en la mesa con su hueso, reclamó la atención de los presentes con el discurso siguiente: —En tal feliz ocasión, es nuestro deber... —¡Sujeta ese cabo! —lo interrumpió Patas con gran seriedad—. ¡Sujeta ese cabo, te digo, y que sepamos quiénes sois y qué demonios hacéis aquí, equipados como todos los diablos del infierno y bebiéndoos las buenas bebidas que guarda para el invierno mi excelente camarada Will Wimble, el empresario de pompas fúnebres! Ante esta imperdonable demostración de descortesía, todos los presentes se enderezaron a medias, profiriendo una nueva serie de espantosos y demoníacos alaridos como los que habían llamado la atención de los marinos. Pero el presidente fue el primero en recobrar la compostura y, volviéndose con gran dignidad hacia Patas, le dijo: —Con el mayor placer satisfaré tan razonable curiosidad por parte de nuestros ilustres huéspedes, W6"FR