manzana en un jarro de toddy, terminó por desaparecer en un torbellino de espuma que sus
movimientos creaban en el ya efervescente brebaje.
Patas, empero, no estaba dispuesto a soportar mansamente la derrota de su compañero.
Luego de arrojar al Rey Peste por la trampa abierta, el valiente marino le dejó caer la tapa
sobre la cabeza, mientras lanzaba un juramento, y corrió al centro de la habitación.
Aferrando el esqueleto que colgaba sobre la mesa, empezó a agitarlo con tal energía y
buena voluntad que, en momentos en que los últimos resplandores se apagaban en la
estancia, alcanzó a romper la cabeza del hombrecillo gotoso. Lanzándose luego con todas
sus fuerzas contra el fatal casco lleno de cerveza y de Hugh Tarpaulin, lo derribó al suelo
en un segundo. Brotó un verdadero diluvio de cerveza, tan terrible, tan impetuoso, tan
arrollador, que el cuarto se inundó de pared a pared, la mesa se volcó con toda su carga, los
caballetes quedaron patas arriba, el jarro de ponche cayó en la chimenea... y las señoras en
grandes ataques de nervios. Montones de artículos mortuorios flotaban aquí y allá. Jarros,
picheles, damajuanas se confundían en la melée, y las botellas revestidas de paja se
entrechocaban desesperadamente con los botellones vacíos. El hombre de los
estremecimientos se ahogó allí mismo, el caballero paralítico salió flotando en su ataúd... y
el victorioso Patas, tomando por la cintura a la gruesa dama de la mortaja, lanzóse con ella
a la calle, corriendo en línea recta hacia el Free and Easy, seguido con viento fresco por el
temible Hugh Tarpaulin, quien, luego de estornudar tres o cuatro veces, jadeaba y resoplaba
tras él, llevándose consigo a la Archiduquesa Ana-Pesta.