Test Drive | Page 405

saqueadores solían retroceder aterrados por la atmósfera que sus propias depredaciones habían creado; así, el circuito estaba entregado por completo a la más lúgubre melancolía, al silencio, a la pestilencia y a la muerte. En una de aquellas aterradoras barreras que señalaban el comienzo de la región condenada viéronse súbitamente detenidos Patas y el digno Hugh Tarpaulin en el curso de su carrera callejuelas abajo. Imposible era retroceder y tampoco perder un segundo, pues sus perseguidores les pisaban los talones. Pero, para lobos de mar como ellos, trepar por aquellas toscas planchas de madera era cosa de juego; excitados por la doble razón del ejercicio y del licor, escalaron en un santiamén la valla y, animándose en su carrera de borrachos con gritos y juramentos, no tardaron en perderse en el fétido e intrincado laberinto. De no haber estado borrachos perdidos, sus tambaleantes pasos se hubieran visto muy pronto paralizados por el horror de su situación. El aire era helado y brumoso. Las piedras del pavimento, arrancadas de sus alvéolos, aparecían en montones entre los pastos crecidos, que llegaban más arriba de los tobillos. Casas demolidas ocupaban las calles. Los hedores más fétidos y ponzoñosos lo invadían todo; y con ayuda de esa luz espectral que, aun a medianoche, no deja nunca de emanar de toda atmósfera pestilencial, era posible columbrar en los atajos y callejones