He dicho que el arroyo serpenteaba muy irregularmente durante todo su curso. Sus dos
direcciones generales, como lo he explicado, eran primero de oeste a este, y luego de norte
a sur. En el codo, la corriente volvía hacia atrás y formaba un bucle casi circular, dibujando
una península que semejaba una isla, con una superficie aproximadamente igual a la
decimosexta parte de un acre. En esta península había una casa-habitación, y cuando digo
que esta casa, como la infernal terraza vista por Vathek, était d’une architecture inconnue
dans les annales de la terre, aludo simplemente a que su conjunto me impresionó, dándome
una sensación de novedad y ajuste combinados, en una palabra, de poesía (pues, como no
sea con los términos que acabo de emplear, apenas podría dar, de la poesía en abstracto,
una definición más rigurosa), y no quiero decir que en ningún sentido se percibiera allí algo
de outré.
En realidad, nada más simple, más absolutamente modesto que este cottage. Su
maravilloso efecto residía únicamente en su disposición artística, análoga a la de un cuadro.
Hubiera podido imaginar, mientras lo miraba, que algún eminente paisajista lo había
construido con su pincel.
El punto desde el cual vi por primera vez el valle no era en modo alguno, aunque estaba
cerca, el mejor para observar la casa. La describiré cómo la vi después, situado en el muro
de piedra, en el extremo sur del anfiteatro.
El edificio principal tenía unos veinticuatro pies de largo por dieciséis de ancho, no
más por cierto. La altura total, desde el piso a la cúspide del tejado, no excedía de dieciocho
pies. En el extremo oeste de esta estructura se unía una tercera parte más pequeña en todas
sus proporciones; la fachada estaba unas dos yardas más atrás que la del edificio más
grande, y la línea del tejado, por supuesto, mucho más baja que la del techo vecino. En
ángulo recto con estos edificios y detrás del principal, no exactamente en el medio, se
extendía un tercer compartimento muy pequeño, en general un tercio menos grande que el
ala oeste. Los techos de los dos más grandes eran muy empinados, descendiendo desde el
caballete en una larga curva cóncava y extendiéndose, por lo menos, cuatro pies fuera de
las paredes hasta formar los techos de dos piazzas. Estos techos, claro está, no necesitaban
soportes, pero como tenían apariencia de necesitarlos se habían insertado en las esquinas
pilares ligeros y perfectamente lisos. El tejado del ala norte era una simple extensión de una
parte del principal. Entre el edificio mayor y el ala oeste se levantaba una altísima y un
tanto fina chimenea cuadrada de duros ladrillos holandeses, alternativamente blancos y
rojos, con una ligera cornisa de ladrillos salientes en la punta. Los aleros también se
proyectaban mucho: en el cuerpo mayor, unos cuatro pies hacia el este y dos hacia el oeste.
La puerta principal no se hallaba justo en la mitad del edificio, sino un poco hacia el este,
mientras las dos ventanas se desplazaban hacia el oeste. Estas últimas no llegaban al suelo,
pero eran mucho más largas y estrechas de lo habitual; tenían postigos simples como
puertas, con cristales en losange, pero muy grandes. La mitad superior de la puerta era
también de vidrios y en losange; un postigo movible la protegía durante la noche. La puerta
del ala oeste se abría bajo el alero y era muy simple; una sola ventana miraba hacia el sur.
El ala norte carecía de puerta exterior y tenía una única ventana hacia el este.
En la lisa pared del gablete oriental se destacaban unas escaleras (con balaustrada) que
la atravesaban en diagonal, partiendo del sur. Protegidos por el alero muy saliente, esos
escalones daban acceso a una puerta que conducía a una buhardilla o más bien desván, pues
sólo recibía luz de una ventana que miraba hacia el norte y parecía haber sido destinada a
depósito.
Las piazzas del edificio principal y del ala oeste no estaban pavimentadas, como es