ruega al huésped que no pierda el ánimo, que el hado se ocupará de él. El navío más grande
desaparece y queda solo en la canoa que flota aparentemente inmóvil en medio del lago.
Mientras medita sobre el camino a seguir, advierte un suave movimiento en la barca
mágica. Ésta gira lentamente sobre sí misma hasta ponerse de proa al sol. Avanza con una
velocidad suave, pero gradualmente acelerada, mientras los leves rizos del agua que
rompen en los costados de marfil con divinas melodías parecen ofrecer la única explicación
posible de la música suave pero melancólica, cuya origen invisible en vano busca a su
alrededor el perplejo viajero.
La canoa prosigue resueltamente, y la barrera rocosa del panorama se acerca de modo
que sus profundidades pueden verse con más claridad. A la derecha se eleva una cadena de
altas colinas cubiertas de bosques salvajes y exuberantes. Se observa, sin embargo, que la
exquisita limpieza, característica del lugar donde la orilla se hunde en el agua, sigue siendo
constante. No hay huella alguna de los habituales sedimentos fluviales. A la izquierda el
carácter del paisaje es más suave y evidentemente más artificial. Allí la ribera sube desde el
agua en una pendiente muy moderada, formando una amplia pradera de césped de textura
perfectamente parecida al terciopelo y de un verde tan brillante que podría soportar la
comparación con el de la más pura esmeralda. La anchura de esta meseta varía de diez a
trescientas yardas; va desde la orilla del río hasta una pared de cincuenta pies de alto que se
alarga en infinitas curvas pero siguiendo la dirección general del río, hasta perderse hacia el
oeste en la distancia. Esta pared es de roca uniforme y ha sido formada cortando
perpendicularmente el precipicio escarpado de la orilla sur de la corriente, pero sin permitir
que quedara ninguna huella del trabajo. La piedra tallada tiene el color de los siglos y está
profusamente cubierta y sembrada de hiedras, madreselvas, eglantinas y clemátides. La
uniformidad de las líneas superior e inferior de la pared es ampliamente compensada por
algunos árboles de gigantesca altura, solos o en grupos pequeños, a lo largo de la meseta y
en el dominio que se extiende detrás del muro, pero muy cerca de éste; de modo que
numerosas ramas (especialmente de nogal negro) pasan por encima y sumergen en el agua
sus extremos colgantes. Más allá, en el interior del dominio, la visión es interrumpida por
una impenetrable mampara de follaje.
Estas cosas se observan durante la gradual aproximación de la canoa a lo que he
llamado la barrera de la perspectiva. Pero al acercarnos a ésta su apariencia de abismo se
desvanece; se descubre a la izquierda una nueva salida a la bahía, y en esa dirección se ve
correr la pared que sigue el curso general del río. A través de esta nueva abertura la vista no
puede llegar muy lejos, pues la corriente, acompañada por la pared, aún dobla hacia la
izquierda, hasta que ambas desaparecen entre las hojas.
El bote, sin embargo, se desliza mágicamente en el canal sinuoso, y aquí la orilla
opuesta a la pared llega a semejarse a la que estaba frente al muro que había delante.
Elevadas colinas, que alcanzan a veces la altura de montañas, cubiertas de vegetación
silvestre y exuberante, cierran siempre el paisaje.
Navegando suavemente, pero con una velocidad algo mayor, el viajero, después de
breves vueltas, halla su camino obstruido en apariencia por una gigantesca barrera o, más
bien, por una puerta de oro bruñido, minuciosamente tallada y labrada, que refleja los rayos
directos del sol, el cual se hunde ahora con un esplendor que se diría envuelve en llamas
todo el bosque circundante. Esta puerta está metida en la alta pared, que aquí parece
atravesar el río en ángulo recto. Al cabo de unos minutos, sin embargo, se ve que el cauce
principal del río sigue corriendo en una curva suave y amplia hacia la izquierda, junto a la
pared, como antes, mientras una corriente de considerable volumen, divergiendo de la