principal, se abre camino bajo la puerta con ligeros rizos, y así se sustrae a la vista. La
canoa entra en el canal menor y se acerca a la puerta. Los pesados batientes se abren lenta,
musicalmente. El bote se desliza entre ellos y comienza un rápido descenso a un vasto
anfiteatro circundado de montañas purpúreas, cuyos pies lava un río resplandeciente en la
amplia extensión de su circuito. Al mismo tiempo todo el paraíso de Arnheim irrumpe ante
la vista. Se oye una arrebatadora melodía; se percibe un extraño, denso perfume dulce; es
como un sueño, en que se mezclan ante los ojos los altos y esbeltos árboles de Oriente, los
arbustos boscosos, las bandadas de pájaros áureos y carmesíes, los lagos bordeados de
lirios, las praderas de violetas, tulipanes, amapolas, jacintos y nardos, largas e intrincadas
cintas de arroyuelos plateados, y surgiendo confusamente en medio de todo esto la masa de
un edificio semigótico, semiárabe, sosteniéndose como por milagro en el aire, centelleando
en el poniente rojo con sus cien torrecillas, minaretes y pináculos, como obra fantasmal de
silfos, hadas, genios y gnomos.