el decorado natural produciría efectivamente una imperfección en el cuadro, si suponemos
el cuadro visto ampliamente, en conjunto, desde algún punto distante de la superficie
terrestre, aunque no esté fuera de los límites de su atmósfera. Es fácil comprender que lo
que podría mejorar un detalle observado de cerca puede, al mismo tiempo, perjudicar un
efecto observado en general o desde mayor distancia. Puede haber una clase de seres,
alguna vez humanos, pero ahora invisibles para la humanidad, a quienes desde lejos nuestro
desorden parezca orden, nuestros elementos no pintorescos, pintorescos; en una palabra,
ángeles terrenos para cuya observación, más que para la nuestra, y para cuya apreciación de
la belleza refinada por la muerte quizá haya dispuesto Dios los amplios jardines-paisajes de
los hemisferios.
En el curso de la discusión mi amigo citó algunos fragmentos de un escritor que trata
de la jardinería de paisaje con supuesta autoridad:
—Hay, hablando con propiedad, sólo dos tipos de jardinería de paisaje: el natural y el
artificial. Uno trata de recordar la belleza original del campo adaptando sus medios al
decorado circundante, cultivando árboles en armonía con las colinas o la llanura de la tierra
vecina, descubriendo y llevando a la práctica esas delicadas relaciones de tamaño,
proporción y color que, ocultas para el observador común, se revelan por doquiera al
experimentado alumno de la naturaleza. El resultado del estilo natural en materia de
jardinería se ve más bien en la ausencia de todo defecto e incongruencia, en el predominio
de un orden y una armonía saludables, que en la creación de ninguna maravilla o milagro
especial. El estilo artificial tiene tantas variedades como gustos diferentes a satisfacer.
Presenta cierta relación general con los variados estilos de edificios. Hay las avenidas
majestuosas y los retiros de Versalles, las terrazas italianas y un viejo estilo inglés vario y
mezclado que admite cierta relación con el gótico civil o con la arquitectura isabelina. Por
más que pueda decirse contra los abusos del jardín-paisaje artificial, una mezcla de puro
arte en el marco de un jardín le añade gran belleza. Ésta es en parte agradable a la vista, por
el despliegue de orden y de intención, y, en parte, moral. Una terraza con una vieja
balaustrada cubierta de musgo evoca de inmediato a la vista las bellas figuras que por allí
pasaron en otros días. La más leve muestra de arte es una evidencia de preocupación e
interés humano.
»Por mis observaciones anteriores —dijo Ellison— usted comprenderá que rechazo la
idea, expresada aquí, de recordar la belleza original del campo. La belleza original nunca es
tan grande como la creada. Por supuesto, todo depende de la elección de un lugar con
posibilidades. Lo que dice sobre “llevar a la práctica delicadas relaciones de tamaño,
proporción y color” es una de esas simples vaguedades de expresión que sirven para cubrir
la inexactitud del pensamiento. La frase citada puede significar todo o nada, y en modo
alguno sirve de guía. Que el verdadero resultado del estilo natural en materia de jardinería
se vea más bien en la ausencia de todo defecto o incongruencia que en la creación de
ninguna maravilla o milagro especial, es una proposición más de acuerdo con la ramplona
comprensión del vulgo que con los férvidos sueños del hombre de genio. El mérito
negativo propuesto pertenece a esa crítica cojeante que en las letras ha elevado a Addison
hasta la apoteosis. A decir verdad, mientras esa virtud que consiste en evitar simplemente el
vicio apela de lleno al entendimiento, y de esta manera puede quedar circunscrita por la
regla, la virtud más alta que flamea en la creación sólo puede ser aprehendida en sus
resultados. La regla se aplica tan sólo a los méritos negativos, a las excelencias que
reprimen. Más allá de éstas, el crítico de arte se limita a insinuar. Se nos puede enseñar a
construir un Catón, pero en vano nos dirán cómo concebir un Partenón o un Infierno.