asombrarnos es cómo a Mr. Mill se le ocurrió mencionar una cosa tan obvia. Todo esto está
muy bien... pero volvamos la página. ¿Qué encontramos? «Dos cosas contradictorias no
pueden ser ambas verdaderas, vale decir, no pueden coexistir en la naturaleza.» Mr. Mill
quiere decir, por ejemplo, que un árbol tiene que ser un árbol o no serlo, o sea, que no
puede al mismo tiempo ser un árbol y no serlo. De acuerdo; pero yo le pregunto por qué. Y
él me contesta —perfectamente seguro de lo que dice—: «Porque es imposible concebir
que dos cosas contradictorias sean ambas verdaderas». Ahora bien, esto no es una respuesta
aceptable, ya que nuestro autor acaba de admitir como truismo que «la capacidad o la
incapacidad de concebir algo no debe considerarse en ningún caso como criterio de verdad
axiomática».
Pues bien, no me quejo de los antiguos porque su lógica fuera, como ellos mismos lo
demuestran, absolutamente infundada, fantástica y sin el menor valor, sino por su pomposa
e imbécil proscripción de todos los otros caminos de la verdad, de todos los otros medios
para alcanzarla, y su obstinada limitación a los dos absurdos senderos —uno para
arrastrarse y otro para reptar— donde se atrevieron a encerrar el Alma que no quiere otra
cosa que volar.
Dicho sea de paso, querido amigo, ¿no cree usted que nuestros antiguos dogmáticos se
hubieran quedado perplejos si hubieran tenido que determinar por cuál de sus dos caminos
se había logrado la más importante y sublime de todas sus verdades? Aludo a la verdad de
la Gravitación. Newton la debió a Kepler. Kepler admitió que había conjeturado sus tres
leyes, esas tres leyes admirables que llevaron al gran matemático inglis a su principio, esas
leyes que eran la base de todo principio físico y para ir más [0