usted sabe, «baconiano» es un adjetivo inventado para reemplazar a «hogiano», por más
eufónico y digno.
Ahora bien, querido amigo, le aseguro rotundamente que expongo esta cuestión de la
manera más leal, y basándome en las autoridades más sólidas; fácilmente podrá
comprender, pues, cómo una noción tan absurda debió retrasar el progreso de todo
conocimiento verdadero, que avanza casi invariablemente por saltos intuitivos. La noción
antigua reducía la investigación a un mero reptar; y durante siglos la ciega creencia en Hog
hizo que, por así decirlo, se dejara prácticamente de pensar. Nadie se atrevía a expresar una
verdad cuyo origen sólo debía a su propia alma. Ni siquiera valía que aquella verdad fuese
demostrable, pues los tozudos savants de la época sólo se fijaban en el camino por el cual
se había llegado a ella. No querían mirar los fines. «¡Veamos los medios, los medios!»,
gritaban. Si al investigar los medios se descubría que no encajaban en la categoría Aries (o
sea, Carnero), ni en la categoría Hog (o sea, Cerdo), pues bien, los savants se negaban a
seguir adelante, declaraban que el «teorizador» era un loco y no querían nada con él ni con
su verdad.
Ni siquiera puede sostenerse aquí que, gracias al sistema de reptación, fuera posible
acumular grandes cantidades de verdad a lo largo de los tiempos, pues la represión de la
imaginación era un mal que no se compensaba con ninguna certeza que pudieran dar los
antiguos métodos de investigación. El error de aquellos Alamanes, Francos, Inglis y
Amricanos (estos últimos, dicho sea de paso, fueron nuestros antepasados inmediatos) era
análogo al del sabihondo que se imagina que va a conocer mejor una cosa si la arrima a un
centímetro de los ojos. Aquellas gentes se cegaban a causa de los detalles. Cuando seguían
el camino del Cerdo, sus «hechos» no siempre eran tales, cosa que en sí hubiera tenido poca
importancia de no mediar la circunstancia de que ellos sostenían que sí lo eran, y que
tenían que serlo porque se presentaban como tales. Cuando tomaban el camino del Carnero,
su marcha era apenas tan derecha como los cuernos de un morueco, puesto que jamás
tenían un axioma que verdaderamente lo fuera. Debieron de estar muy ciegos para no verlo,
aun en su época, pues ya entonces gran cantidad de los axiomas «establecidos» habían sido
rechazados. Por ejemplo: Ex nihilo nihil fit, «un cuerpo no puede actuar allí donde no está»,
«no puede haber antípodas», «la oscuridad no puede nacer de la luz»; todas ellas, y una
docena de proposiciones semejantes, admitidas al comienzo como axiomas, eran
consideradas como insostenibles aun en el período del que hablo. ¡Gentes absurdas que
persistían en depositar su fe en los axiomas como bases inmutables de la verdad! Aun si se
los extrae de las obras de sus razonadores más sólidos, es facilísimo demostrar la futileza,
la impalpabilidad de sus axiomas en general. ¿Quién fue el más profundo de sus lógicos?
¡Veamos! Lo mejor será que vaya a preguntarle a Pundit; volveré dentro de un minuto. ¡Ah,
ya lo tengo! He aquí un libro escrito hace casi mil años y recientemente traducido del Inglis
(que, dicho sea de paso, parece haber constituido los rudimentos del Amricano). Pundit
afirma que se trata de la obra antigua más inteligente sobre la lógica. El autor (muy
estimado en su tiempo) era un tal Miller o Mill, y nos enteramos, como detalle de cierta
importancia, que era dueño de un caballo de tahona llamado «Bentham»83. Pero
examinemos el tratado.
¡Ah! «La capacidad o la incapacidad de concebir algo —dice muy atinadamente Mr.
Mill— no debe considerarse en ningún caso como criterio de verdad axiomática.» ¿Qué
moderno que esté en sus cabales osaría discutir este truismo? Lo único que puede
83
Alusiones a John Stuart Mill, (mill, molino) y a Jeremy Bentham. (N. del T.)