escribía «Atlántico».) Hicimos alto unos minutos para hablar con los del cúter y, entre otras
gloriosas noticias, nos enteramos de que la guerra civil arde en África, mientras la peste
cumple una magnífica tarea tanto en Uropa como en Hasia. ¿No es sumamente notable que,
antes de que la humanidad iluminara brillantemente la filosofía, el mundo tuviera
costumbre de considerar la guerra y la peste como calamidades? ¿Sabía usted que en los
antiguos templos se elevaban rogativas para que esos males (!) no asolaran a la humanidad?
¿No resulta dificilísimo comprender cuáles eran los principios e intereses que movían a
nuestros antepasados? ¿Estaban tan ciegos como para no percibir que la destrucción de una
miríada de individuos representaba una ventaja positiva para la masa?
3 de abril.- Resulta realmente muy divertido subir por la escala de cuerda que lleva a lo
alto de la esfera del globo y contemplar desde allí el mundo que nos rodea. Desde la
barquilla, como bien sabe usted, el panorama no es tan amplio, pues poco se alcanza a ver
verticalmente. Pero sentada aquí (desde donde le escribo), en la piazza abierta, lujosamente
cubierta de almohadones, de lo alto del globo, se puede ver todo lo que ocurre en cualquier
dirección. En este momento diviso una verdadera muchedumbre de globos, que presentan
un aspecto sumamente animado, mientras el aire resuena con el zumbido de millones de
voces humanas. He oído decir que cuando Amarillo (o como Pundit afirma, Violeta81), que,
según parece, fue el primer aeronauta, sostenía la posibilidad de atravesar la atmósfera en
todas direcciones, ascendiendo o descendiendo hasta encontrar una corriente favorable, sus
contemporáneos apenas le prestaban atención, creyéndole una especie de loco ingenioso, y
todo ello porque los filósofos (!) del momento declaraban que la cosa era imposible. ¡Ah,
me resulta completamente inexplicable cómo una cosa tan factible pudo escapar a la
sagacidad de los antiguos savants! Pero en todas las edades, los mayores obstáculos al
progreso en las artes han sido creados por los así llamados hombres de ciencia.
Ciertamente, nuestros hombres de ciencia no son tan intolerantes como los de antaño...
Pero tengo algo muy raro que decirle al respecto. ¿Sabía usted que apenas han pasado mil
años desde que los metafísicos consintieron en desengañar a la gente de la singular fantasía
de que sólo existían dos caminos posibles para llegar a la verdad? ¡Créalo, si le es posible!
Parece ser que hace mucho, muchísimo, en la noche de los tiempos, vivió un filósofo turco
(o más posiblemente hindú) llamado Aries Tottle. Esta persona introdujo, o al menos
propagó lo que se dio en llamar el método de investigación deductivo o a priori. Comenzó
postulando los axiomas o «verdades evidentes por sí mismas», y de ahí pasó «lógicamente»
a los resultados. Sus discípulos más notables fueron un tal Neuclides y un tal Cant. Pues
bien, Aries Tottle se mantuvo inexpugnable hasta la llegada de un tal Hog, apodado «el
pastor de Ettrick»82, que predicó un sistema por completo diferente, que llamó inductivo o a
posteriori. Su teoría lo remitía todo a la sensación. Hog procedía a observar, analizar y
clasificar los hechos —instantiœ naturœ, como se les llamaba afectadamente— en leyes
generales. En una palabra, el método de Aries Tottle se basaba en noumena, y el de Hog, en
phenomena. Pues bien, tan grande admiración despertaba este último sistema que Aries
Tottle quedó inmediatamente desacreditado. Más tarde recobró terreno y se le permitió
compartir el reino de la Verdad con su más moderno rival. Los savants sostuvieron que las
vías aristotélicas y baconianas eran los únicos caminos posibles del conocimiento. Como
81
Pero más probablemente «Verde», o sea Charles Green, a quien Poe cita otra vez en «El camelo del
globo». (N. del T.)
82
Hog, cerdo, alude a Bacon (bacati, tocino). «El pastor de Ettrick», que la corresponsal menciona por
puro disparate, era un poetastro llamado James Hogg —de ahí la confusión—, que gozó de mucha fama en
Inglaterra (1770-1835). (N. del T.)