habían sido capaces de comprender la fabricación de las pastillas de Ponnonner o de las
píldoras de Brandeth.
Esperamos ansiosamente una respuesta, pero en vano. La respuesta no llegaba. El
egipcio se sonrojó y bajó la cabeza. Jamás se vio triunfo más completo; jamás una derrota
fue sobrellevada con tan poca gracia. Realmente me resultaba insoportable el espectáculo
de la mortificación de la pobre momia. Busqué mi sombrero, me incliné secamente y salí.
Al llegar a casa vi que eran las cuatro pasadas, y me metí inmediatamente en cama. Son
ahora las diez de la mañana. Desde las siete estoy levantado, redactando esta crónica para
beneficio de mi familia y de la humanidad. A la primera no volveré a verla. Mi mujer es
una arpía. Diré la verdad: estoy amargamente cansado de esta vida y del siglo XIX en
general. Me siento convencido de que todo va mal. Además tengo gran ansiedad por saber
quién será Presidente en 2045. Por eso, tan pronto me haya afeitado y bebido una taza de
café, volveré a casa de Ponnonner y me har